Ola progresista en América Latina: limitaciones, peligros y oportunidades

Tras la asunción presidencial de Lula de Silva en Brasil, recorrió las redes un mapa de América Latina pintado de rosa acompañando publicaciones celebrando el giro a la izquierda en la región. Si bien es cierto que hay una ola progresista en los gobiernos latinoamericanos, el mapa es una simplificación que lo reduce todo a un solo tono y la narrativa del giro a la izquierda nubla la vista ante cuestiones fundamentales. Para empezar porque en cada país el desarrollo de los acontecimientos tiene sus particularidades, y sobre todo porque ha generado expectativas fundamentadas en falsas realidades de los gobiernos reformistas, que demeritan el potencial del movimiento de masas que hizo posible el establecimiento de esos gobiernos en primer lugar. El momento histórico amerita que comprendamos sus peligros y limitaciones para que aprovechemos sus oportunidades en beneficio de nuestra clase.

Autor: Rolando Ramos Cardona

Fotografía: Ignacio Gómez Escalante @rw._.fotografo

Los partidos que gobiernan la región llegaron al poder con el apoyo de grandes movimientos de masas por el descontento generalizado ante la depravación del Estado y corruptelas en el neoliberalismo. La cuestión es que eso no está reflejado en las estructuras de los partidos, porque sus cuadros no son militantes de base que van a la elección por su legitimidad, sino políticos ya acomodados en el juego. Para conseguir mayorías que superen a la oposición de derecha en el gobierno, admiten perfiles repulsivos en sus filas y hasta se alían con partidos oportunistas de derecha. Las decisiones se toman desde arriba, y las masas son aisladas y desmovilizadas. Esto ha tenido efectos distintos en cada país. En Chile, por ejemplo, Boric perdió la aprobación en picada recién comenzó su presidencia, mientras que, en México, Andrés Manuel se mantiene bien valorado tras cuatro años de gobierno. Algunos factores determinantes son la situación económica, la estrategia de comunicación, el programa político y la correlación de fuerzas dentro y fuera del partido. Esto último es esencial porque determina la capacidad para conquistar el programa político y consolidar victorias para el movimiento de masas.

La falta de centralismo democrático, la integración de elementos repulsivos y las alianzas con partidos de derecha, van desgastando las estructuras y los programas políticos. Por supuesto, en cada partido este germen de derecha tiene distintos grados de avance, pero avanza y se ve reflejado en cambios cualitativos, con políticas de corte neoliberal. La tendencia de la ultraderecha en América Latina es una consecuencia de que los partidos por los que vota la mayoría de la clase trabajadora no hayan podido darle soluciones ni explicaciones satisfactorias, lo que da espacio en el espectro político para discursos que dan explicaciones reaccionarias -y francamente estúpidas-. Acusan a los migrantes de quitarles el trabajo, al feminismo de pervertir a la sociedad y a los derechos LGBT+ de ‘meterse con sus hijos’. El crecimiento de esta tendencia en la región no debe ser tomado a menos, pues es un verdadero peligro para los derechos previamente conquistados. La derecha se rasga las vestiduras hablando de democracia, pero cuando tienen la oportunidad de dar un golpe de estado para imponer los intereses de las oligarquías en la sociedad, ni se les pasa por la mente la maldita democracia. Así se demostró en Bolivia en 2019, donde tras un golpe de estado militar entró la nueva presidenta al edificio de gobierno cargando una biblia gigante sobre su cabeza; o hace unos meses en Perú, donde el aislamiento político de Pedro Castillo permitió a la derecha dar un golpe por la vía del Congreso; o en Brasil, donde el expresidente Bolsonaro infló la expectativa de un fraude electoral para conducir a un escenario como el del Capitolio en Estados Unidos tras la derrota de Trump.

La única alternativa política con la que cuenta la clase trabajadora es votar por los partidos reformistas de corte socialdemócrata que componen la ola progresista, porque no ve sus intereses representados en la derecha, ya sea liberal, tecnócrata o conservadora. Pero por las contradicciones internas que aguardan estos partidos, es imposible que rompan con el marco capitalista y es muy probable que continúen girando a la derecha. La clase trabajadora no puede dejar de votar a estos partidos durante el siguiente periodo, pero al mismo tiempo debe ser consciente de que eso no va a cambiar el balance de poder hacia su clase. Lo que en este momento nos puede conducir a transformaciones radicales que apunten a las raíces del sistema, es aprovechar la ventana de oportunidad que se abre en los gobiernos progresistas para conseguir victorias del movimiento de masas, mientras se empujan las demandas predominantes a la izquierda del partido reformista y se fortalece la organización de las masas. Solo mediante una organización socialista con centralismo democrático y militancia de base, que amenace con convertirse en un poder dual para los Estados Capitalistas, será posible convocar exitosamente a la mayoría de la clase trabajadora a abandonar el marco del reformismo y abrazar el de la revolución.

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