En Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades, el director Alejandro González Iñarritú sublima el lenguaje cinematográfico en pos de conquistar la esencia de su ser. La película narra la historia de Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), documentalista mexicano que dejó su patria para forjarse una trayectoria como periodista. Tras 20 años de carrera, Silverio vuelve a México bajo la sombra de un prestigioso reconocimiento por su labor documentalista. En su país natal es reconocido por sus colegas periodistas que, por medio de bromas o directamente, lo acusan de abandonar su país y de entregar una imagen deformada de este. Durante el viaje Silverio se cuestiona su éxito, su condición de migrante, sus relaciones familiares y su propia esencia como creador y persona. En medio de esta crisis existencial, el protagonista se entrega a la fantasía buscando en la recapitulación de su memoria darle sentido a su trabajo y a su vida.
Autor (aportación): Pako Henson
Esta película rompe con la tradición de contar sucesos en orden cronológico; es más bien, un retrato fragmentado construido por sueños, pasajes históricos ficcionales, soliloquios y conversaciones con personajes reales e imaginarios. Pero el verdadero valor de Bardo radica en la capacidad de Iñárritu de poner en escena los juegos de la imaginación, liberándose del imperativo de la verosimilitud. La mente de Silverio Gama retrata paisajes oníricos cargados de surrealismo; no se limita a las cuestiones de tiempo y espacio, sino que todo es un ir y venir dentro de su memoria personal; para lograrlo, Iñarritu vierte sus conocimientos al respecto del lenguaje y la técnica cinematográfica, haciendo de Bardo un deleite visual.
En la filosofía budista, el bardo es el estado intermedio entre la muerte y la reencarnación, donde se experimentan visiones sobre la vida que se deja detrás. En ese sentido, la cinta no solo es la vida en retrospectiva del protagonista, también es un estado por el que transitan los miembros de su familia que, al igual que Silverio, se enfrentan a su visita a México. Los personajes analizan sus relaciones con esta supuesta patria, además de explorar sus conflictos personales como pérdidas dentro de la familia y la búsqueda de identidad propia.
Se especula que Bardo es una obra pretenciosa, enmarcada por el privilegio, entendido como la ventaja exclusiva que goza la familia del periodista por sus circunstancias socioeconómicas, “migrantes de primera clase” como define el propio Silverio. Sin embargo, más allá de este privilegio, que el cineasta asume desde un principio, la película es una obra original que a través de la autoficción se atreve a mostrar una perspectiva única de la vida.
Iñarritu tomó un gran riesgo al realizar esta película, la cual podría considerarse su proyecto más personal, pues a través de Silverio, su alter ego, nos comparte sus miedos, deseos y vivencias más íntimas. Es evidente la influencia de Fellini, pudiendo considerarse el 8 ½ de Alejandro y ahondando en pasajes reflexivos al estilo Tarkovsky, sin alcanzar la genialidad de los mismos. A pesar de esto, la película apela a que no existe una verdad absoluta, sino un conjunto de verdades relativas y en ese sentido, Bardo es una lucha contra la verdad totalitaria que excluye la relatividad del arte, la duda, el juego y la interrogación de su esencia.
Para la cinematografía Iñarritu recurrió a Darius Khondji, quién pese a las adversidades de haber filmado durante la pandemia y en el país que André Breton denominó como el más surrealista del mundo, logró plasmar de manera excepcional la mente de Silverio y sus vaivenes entre la realidad y lo onírico.
Contrario al flujo del cine contemporáneo de México, apegado a retratar su realidad, Bardo plantea una nueva forma de contar historias. Esta película aboga por la experiencia personal y el constante cuestionamiento de los dogmas y convenciones además de seguir explorando la condición del hombre y su verdad relativa.