Las cosas absurdas gobiernan el mundo para que olvidemos que vivimos ¡en este pinche mundo culero!, que por ser menos culero con nosotros, no nos importa que esté devorando a los más indefensos, devastando lo vivo, aniquilando lo viviente, borrando huellas, hiriendo estómagos y en sus huecos el vacío y dos caballos que pelean vida y muere y relinchan de hambre de amor y justicia.
Autora: Aranzazú de Santiago
Estas palabras han sido un pensamiento que recurrentemente viene hacia mí, cuando veo las noticias y tomo el transporte público y veo los suelos craquelados, los cielos grises, una bebé de meses sola sobre piedras en un crucero junto a los hombres vestidos de verde con sus armas en las manos y a todxs nosotrxs por las calles con rostros borrosos, sonrisas ausentes, ojeras, una coca en la mano y audífonos en los que acaso suene alguna letra algo más significativa que “si tu novio no te mama el culo”.
Específicamente, escribí lo anterior un día, que como todos los días de denso aire sorprende más que el día anterior. Esto fue el 29 de octubre de este año, día en que Lorena, una mujer que ha enfrentado la perdida de sus dos hijxs a causa de la violencia feminicida, se manifestó afuera del teatro Juárez, como lo viene haciendo desde 2015, año en que 3 hombres asesinaron y violaron a Fátima, su hija, una niña de tan solo 12 años. Solo que esta vez esta madre se estaba manifestando en Guanajuato, un estado que, siendo conservador a conveniencia, omiso e industrial, hace de alarde con festivales internacionales como lo es el Festival Internacional Cervantino, ese evento que es la burbuja del desarrollo cosmopolita guanajuatense, tan frágil como para romperse con las palabras que Lorena gritó:
“Duele que no haya justicia…y ser parte de esta sociedad omisa e indolente, que no se solidariza, que no nos abraza, que no nos comparte, que estamos invisibilizadas, que al gobierno nada le importa que nos estén asesinando, eso es, por favor, que no les interese más un partido de futbol, nos están asesinando, que no les interese más una obra de teatro, una película…”
Este reclamo que no es más que el eco de un grito más grande, resuena en mí y me pregunto, ¿Quién está pensando el mundo y trabajando por la justicia cuando estamos todxs tan ocupadxs en nuestra búsqueda individualizada por la felicidad y libertad?

Creo que no deberían de ser necesarias las atrocidades para evocar la compasión y consciencia; de mí en el mundo y del mundo en mí, porque no somos seres autárquicos, los fenómenos son permanentes y atentan contra la humanidad a través de una niña, pero parece que ni sus espasmos más fuertes, ni las inocencias más rotas nos hacen voltear la mirada y asumir una postura política firme y coherente que no se diluya ante cualquier intento de belleza mercantil de un evento artístico, cultural o deportivo que embelese nuestros sentidos más primarios, sentidos que cautivos caen en el cautiverio de pensar la libertad como completa cuando en realidad es remota, lejana, huidíza, como agua que se escurre en nuestras manos para dejarnos igual de vacíxs que al inicio, rodeados por constantes actos de violencia e injusticia tan palpables y a su vez opacados por los placeres más inmediatos que hacen de cómplice al cataclismo social.
El turismo y la internacionalización son la panacea de un mundo enfermo, son el sanalotodo a la realidad de las ciudades que detrás de alimentos exóticos, bebidas exquisitas, luces y coches (utopías de perfecciones ficticias) esconden imperativos de muerte, que son imperativos sociales, institucionales y estructurales que aniquilan. Quizá sea bueno enumerarlos o mejor callarlos para felicidad nuestra…
Pero valga la pena recordar esos lastres históricos que no dejan de sucumbirnos, por ejemplo ese cosmopolitismo del que hablo, que no es mas que el imperativo de un colonialismo que no se acaba, me refiero a nuestra renuencia a la comunidad, a la comunalidad, casi ausente que como morusas de ese proyecto civilizatorio de la modernidad ha alterado nuestra normalidad antropológica de colectividad, pues en los términos más tristes y contradictorios la “humanidad” como estandarte de la civilización blanca cosmopolita, no es mas que un valor ilusorio que enaltece aquello no enfermo, el lado derecho (lo bello) que nombro Elena Garro y que nos esconde las grietas del mundo. Ese lado derecho es el lado del progreso, del desarrollo, de la defensoría de la vida, pero solo la vida blanca, no racializada, no colonizada, no enferma, la vida extranjera blanca que nos “reivindica” con su aprobación innecesaria y nos impide voltear a ver a nuestrx connacional que vaga en las calles con lamentos que claman, como aquellos caballos de los que hablo al principio; los de amor y justicia, en las voces de las mujeres buscadoras, las luchadoras contra la violencia, lxs jornalerxs explotadxs, lxs trabajadorxs alienadxs que sirven a cambio de propina en nuestras copas, el elixir de la panancea de un mundo que ignora la explotación, el cansancio, la pobreza, la muerte, el fin.
Terminaría con alguna palabra de aliento, pero mi aliento es tal que sé que ninguna palabra alcanza para volver la vida a Fátima ni a ninguna que como ella han padecido sobre su carne la violencia de un sistema tan grande que encapsula cualquier ánimo de sensibilidad. Solo me queda reafirmar con esa misma palabra inerte y estéril de la que hablo, que en medio de un clima capitalista que mercantiliza la cultura, la muerte y los cuerpos, nadie escapa de su aire asfixiante, nadie es verdaderamente subversivo en la individualidad, “el capitalismo destruye, los pueblos construyen” (Subcomandante Insurgente Moisés, 2015) y la comunidad, víctima de la expansión decimonónica capitalista se nos está volviendo utopía.
Ahora la disidencia y subversión son un discurso utilitario que se vende al mejor postor. Nuestras posturas políticas y sociales carecen de solidez y forma, son cosméticas y se parecen mas bien a eso que Zygmunt Bauman llamó retrotopías, esas utopías del pasado que no siempre fue mejor, pues aun habiéndolo sido, ya no son los 60´s hippies, ni los 70´s del punk, contraculturas que forman parte de una nostalgia de ceniza donde Banksi no es antisistema, por el contrario, la mercancía del capitalismo son las subjetividades que emulan subversión tras atuendos extravagantes, anonimatos y palabras vacías.
Este es un recordatorio, para mí, de que ahora mismo hay todos los elementos para una revolución por la vida, pero falta voluntad y sobra miedo, no de los que padecen sino de los que son ajenos y disfrutan.