El punto cumbre en la educación (al menos en México) parece ser la preparatoria, y en buena parte los estudiantes, ya que las opciones y posibilidades de muchas personas no da el ancho para poder continuar con la educación, por ende, con la profesionalización. Por eso la universidad es en sí un privilegio, esto resalta más cuando logras pasar el examen de admisión -que también en mucho de los casos es el obstáculo mayor para no entrar- y todo el abanico de posibilidades que invaden el horizonte son abismales. Este tipo de impedimentos van nuevamente desde el ámbito económico (estudiar y trabajar), problemas emocionales, sobrecargo de trabajo, hasta dilemas con los compañeros. Si a primera instancia una de estas problemáticas no es suficiente razón de fuerza mayor por la cual dejar la universidad o postergarla, imagínense cuando se juntan y hacen mella. Según datos del INEGI, tomando en cuenta el rango de edad 3-29 años inscritas (ojo, no dice egresadas) en el nivel superior son 13.2 % mujeres y 13.0 % hombres. Ahora pensemos en las personas fuera de ese rango de edad, son muy pocas, sin dejar de tomar en cuenta que la deserción escolar es una realidad más que latente en todos los estados de la república.

Por lo mismo que la universidad en México simula ser el escalón más alto por alcanzar en materia de educación, el momento de escoger que estudiar resulta asfixiante, pero si logramos tomar la decisión correcta y entrar a donde queremos o nuestros padres nos imponen estudiar, todavía nos queda la odisea de acabar la carrera -aunque de eso ya hablamos un poco-. Dejando de lado que es un paso nuevo en nuestra educación profesional, es totalmente una nueva etapa en nuestras vidas, en caso de no atrasarnos en el programa educativo o cambiamos de carrera se supone que entramos con 18 años (se supone), entonces tenemos que comportarnos como adultos y las personas esperan que actuemos de manera más madura, pero seguimos siendo unos niños crecidos e inmaduros.
Creo que un punto muy diferente es cuando eres foráneo, porque el estar lejos de casa la libertad que se respira es abismal comparada a la del yugo de los padres, incluso uno puede darse el lujo de ser (en algunos aspectos) irresponsable. Sin embargo, con la libertad se suman otras responsabilidades, y si bien el yugo de los padres aprieta, no ahorca, porque estar en casa de los padres tiene sus comodidades. Cosas tan simples como la comida se tornan en tareas infernales (cuando no sabes cocinar), manejar el dinero puede ser complicado y la soledad pega muy diferente. Uno cae en cuenta de muchas cosas con la lejanía, lidiar con los problemas sin alguien que este detrás de ti es desconsolante, acompañado de la vivencia de ciertas problemáticas y el entendimiento de las mismas viene la maduración.
Siguiendo con la situación de ser un foráneo, me refiero al choque cultural como las diferencias de usos, costumbres y tradiciones -hasta formas de pensar- que existen entre donde nacimos y en qué lugar empezamos a residir, puede que no exista mucha distancia geográfica, pero las diferencias se hacen presentes desde el primer día. En mi caso, de León a Guanajuato no es mucho tiempo de traslado, sin embargo, por el tipo de ciudad y la gente que vive en ella cuesta trabajo saber interactuar -no solo aquí en cualquier lado- porque es como si tuviéramos un papel en la frente que dice extranjero. Al menos aquí en Guanajuato la dicotomía entre estudiantes (como estandarte de progreso) y los residentes (como parte conservadora) es más que evidente, pero ninguna de estas dos fuerzas empuja más que la otra, ya que pareciese que las dos conocen los límites, aunque siempre hay individuos y casos que los cruzan. El mejor ejemplo que tengo de esto es en la marcha por Ángel Yael, el estudiante asesinado por la Guardia Nacional, en una de las marchas que se hicieron por él a modo de protesta, estaba ocurriendo simultáneamente una marcha por las tradiciones de Guanajuato, ninguna de las dos marchas influyo con la otra, fue como si no ocurrirá nada tanto para una como para la otra, ahí lo tienen, agua y aceite.
Al final de cuentas podríamos decir que sí, estar en la universidad es un privilegio, porque nos todas las personas pueden darse el lujo de entrar, supongo que en ese sentido los que hayamos tenido, la mala o buena suerte, de estudiar y trabajar reconoce el esfuerzo que requiere permanecer en la carrera. Por su parte, los que tienen la fortuna de dedicarse únicamente al estudio agradezcan su suerte. De todos modos, así sea que acabemos la carrera o no, que la tesis se nos haga eterna y el campo laboral sea un enigma, sobre todas esas cosas, las cosas que somos -orgullosos, ignorantes, rebeldes, soberbios, jóvenes, enérgicos, explotados, sobrecargados, entusiasmados, ansiosos, iracundos, aletargados, desvelados, deprimidos- y llegaremos a ser durante esta etapa, independientemente de la casa de estudios, más que nada, somos universitarios.