Rebelión en la Granja es una novela de George Orwell que cuenta la historia de una revolución ejecutada por animales. Entre líneas, Orwell sostiene una postura política verdaderamente socialista, que insiste en la necesidad de profundizar la revolución permanentemente, y advierte de los vicios que deben evitar los partidos revolucionarios para no verse condenados a traicionar a su militancia.
En la novela, los animales expulsan al dueño de la granja, le cambian el nombre a “Granja Animal” y toman el control sobre los medios de producción. Los cerdos, que tienen facilidad de leer y escribir constituyen una diligencia revolucionaria para orientar a sus camaradas animales que son menos listos, y acuerdan que la frase ‘cuatro patas sí, dos pies no’ es el principio máximo del animalismo. Se inauguran reuniones los domingos donde todos los animales discuten sobre la producción y la política, pero generalmente los debates dividen a la multitud en torno a dos cerdos: Snow Ball y Napoleón. Snow Ball pretende convencerles de construir un molino para aminorar las horas de trabajo y ayudar a formar la rebelión en otras granjas, Napoleón se opone a la construcción del molino y opina que es mejor defender su propio territorio. Snow Ball es expulsado y calumniado por Napoleón, que, tras clausurar las reuniones de los domingos: termina con el programa de alfabetización, modifica las leyes a su capricho, impulsa un nacionalismo recalcitrante, comercia con los humanos más explotadores, centraliza la toma de decisiones sobre la producción provocando hambrunas y explota a los animales hasta la miseria para el beneficio personal de los cerdos, llegando al extremo de vender un caballo jubilado a los humanos. Pasados los años, los animales de la granja olvidaron qué significaba la revolución y quién era Snow Ball; al final de la novela se descubre a los cerdos aprendiendo a andar de pie, y más tarde, cenando, brindando y discutiendo con los dueños de granjas vecinas, con humanos de los que ya ni siquiera se distinguían.
Los cerdos representan al partido revolucionario, que debería tener por objetivo ser una conciencia del movimiento de masas que golpee permanentemente al capitalismo mediante una lucha por demandas mínimas (en el día a día), mientras se reivindican demandas transitorias (cuyo cumplimiento exige superar el capitalismo), habría de ser conformado por militantes que aporten activamente a la organización mediante el centralismo democrático, garantizando que exista libertad de opiniones y unidad de acción al mismo tiempo, e impidiendo una cúpula desligada de las bases militantes. Las reuniones de los domingos representan a los soviets, que son una forma de organización del proletariado que surge cuando la lucha de clases ha rebasado la organización capitalista, en ellos se ven agrupados distintos sectores del movimiento, por ejemplo, los comités de fábrica que administran los medios de producción cuando son expropiados. Napoleón y Snow Ball son Stalin y Trotsky respectivamente; el nombre de ‘Napoleón’ no es casual, Trotsky acusaba a Stalin de bonapartista, que es como llaman a los gobiernos que aparentan conciliar las contradicciones de clase, pero en realidad defienden al Estado Capitalista.

Napoleón traiciona al animalismo muchas veces, pero cancelar la reuniones de los domingos fue atroz, porque le quitó el poder al soviet, y sin centralismo democrático, el partido abraza posturas contrarrevolucionarias que conducen al regreso de la explotación. Así, poco a poco, la burocracia del partido se convierte en una oligarquía capitalista, tal como advirtió Trotsky que podría ocurrir en la Unión Soviética, y ocurrió. La novela se escribió en el contexto de las críticas de la IV Internacional al régimen estalinista, sin embargo, las lecciones de Orwell son vigentes en el análisis del mundo contemporáneo.
Debido a la agresiva propaganda anticomunista ejercida desde los medios de comunicación masivos afines al capital, es común que se piense que el ‘socialismo autoritario’ y el capitalismo neoliberal son dos polos opuestos, para Orwell serían dos caras de la misma moneda; sin embargo, los ‘socialistas autoritarios’ son presentados en las noticias como grandes archienemigos del imperialismo capitalista, así pareciera que el enemigo a vencer es el comunismo y no una oligarquía similar a la de la OTAN en una región geopolítica donde los actores del capitalismo son otros. ‘El enfrentamiento es entre democracias y autoritarismos’, dicen como borregos los periódicos europeos y estadounidenses. La derecha ha abanderado la retórica belicista de la OTAN durante la invasión a Ucrania, eso no sorprende, lo que me asombra es la izquierda confundida que cree que Rusia y China representan un contrapeso socialista al imperialismo capitalista, reforzando sin querer, el engañoso discurso de que la cleptocracia y el ‘socialismo autoritario’ están más cerca del comunismo que del capitalismo más descarado.
Hay que comprender que el socialismo siempre es revolucionario porque el comunismo es imposible a nivel local y el proletariado no se levanta por su patria, sino por su clase. Una república socialista siempre debería profundizar la revolución construyendo organización democrática, a la vez que incentiva la agitación del proletariado internacional, en el entendido de que el capitalismo es un sistema global que solo será derrotado si se termina con la explotación en cada rincón del planeta. El nacionalismo es incompatible con esta postura política, y hay que dudar de todos los proyectos que se digan nacionalistas y revolucionarios al mismo tiempo, porque en su seno se encuentra el bonapartismo que garantiza los privilegios de los oligarcas nacionales, si conceden algunas demandas que desmovilicen a la clase trabajadora.
Los gobiernos que se dicen socialistas y no lo son, no han traicionado solo a los militantes que iniciaron la revolución, sino a toda la humanidad en su intento conjunto por librarse de la propiedad y la esclavitud, sin duda es una tragedia, pero sin una lectura correcta de los actores internacionales, no será posible reconocer un programa verdaderamente socialista que dé todo el poder a los trabajadores y le declare la revolución permanente al capitalismo global. Orwell nos enseña sobre la perspectiva trotskista del socialismo, sus lecciones son importantísimas, pues la revolución y la contrarrevolución caminan juntas, y en algún punto hay que entender estas cosas para reconocer la diferencia.