Y conmigo vienen 100

Hace 6 meses llego a mí la segunda producción de la Orquesta Akokan llamada “16 Rayos”, que contiene música inspirada, tanto en el ritmo como en las temáticas, en la natal Cuba de algunos de sus miembros. La propuesta inmediatamente capturo mi atención debido a lo obscuro que es para mí una cultura tan “reprimida” (o al menos eso es lo que he visto en los medios) como es la Cubana. Pues alrededor de un colorido paisaje, de lo que siempre se habla es de una represión ideológica cuyos perpetradores no nos queda claro.

Recuerdo aun las historias que una amiga cercana narraba sobre su visita a la Habana debido a una emergencia médica, trayéndose consigo postales de lo colorido de sus calles. “Taxista Cubano” fue el título que le puso a una de estas postales, la cual sigue hoy en día adornando la pared de mi cuarto.

En la imagen se muestra a un taxista esperando recoger a algún turista en su auto amarillo. Desde entonces me imagino ese lugar con un gradiente de tonos cálidos entre rojo, naranja y amarillo. Recuerdo haberla escuchado decir que esta gente, orgullosa de sus raíces, no paraba de hablar sobre los diferentes matices que había en la multimedia social de su comunidad. Ante esto, también recuerdo que había cierto miedo de que todo fuese una pantomima para ocultar la verdadera represión que se sufría por esos lugares. Porque al final, el único vistazo disponible era un paisaje artificial enseñando solo lo que querían que viéramos. O eso al menos es la percepción.

Pero después indagando un poco más, justo por lo que la Orquesta Akokán proponía en su música, descubrí que los matices eran mucho más intricados, y una ventana más acertada la podía encontrar en sus letras, y antes de ellos, en artistas que llevaban decenas de años predicando las mismas palabras.

Porque después de todo, cuando uno piensa en música cubana, se imagina tonos románticos acompañados de los mismos versos que parecen proclamarse sin cansancio y sin real motivación más que hacerse resaltar como música auténticamente cubana. Pero detrás de todo eso, de los símbolos genéricos, se encuentra una fuerte motivación política, un alarido hecho para que los oídos correctos puedan descifrarlos y que nos dan una vista más amplia de lo que realmente está sucediendo en ese lado del continente.

Parece entonces una guerra secreta a ciento de voces que poco a poco esa floreciendo en los ámbitos más cotidianos, como es el arte. Me recuerda mucho al rock argentino de los 60s que tuvo que esconderse por mucho tiempo entre baladas inconexas a la verdadera intención de sus autores, dando destellos aquí y allá en medio de letras “inofensivas” y que ya después se pudieron descifrar como verdaderos himnos a una revolución inevitable.

Pero lo de esta propuesta es precisamente todo lo contrario a aquellos proyectos musicales, pues ahora lo que se nos plantea es un robo a la patria, una añoranza de aquello que se les fue quitado y después de este atraco tuvieron que “estar felices de haber salido de un infierno como ese”. Y no es cuestión de los últimos años. Si sacamos alguna canción de cualquier década pasada encontramos esos tintes revolucionarios aun en los momentos más inocentes. Ellos lo saben, y saben que es una lucha cuesta arriba. Por ahora el supuesto lugar seguro se mantiene hostil, aun si se trata de un disco musical, o de alguna pintura. Pues sus adversarios se encuentran justamente en el lugar que “los recibió con los brazos abiertos” y que sin embargo se empeña en destruir su verdadero hogar. Es entonces en la música, o el en arte en donde podemos encontrar confort de que sigue habiendo ese espíritu que no se conforma, ni piensa rendirse.

Ya lo profetizan en lo que parece el epilogo del proyecto, una carta de amor a una lucha interminable que están dispuestos a enfrentar aun si les toma toda la vida.

“Pa’ ganar la batalla para abrir el camino,

conmigo vienen 100,

para ayudarme poquito a poquito a encontrar mi destino,

conmigo vienen 100,

con el hacha y el machete,

conmigo vienen 100,

ellos me cuidan y no me dejan caer”

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