¿Qué hay detrás de la ventana?

I. Hay momentos en la vida que, con una sorpresa repentina, constatamos cómo es que ha pasado el tiempo; y no en vano, dirían nuestros abuelos. Cuántas veces una canción no nos ha hecho recordar épocas pasadas. En los vericuetos de la memoria somos capaces de reencontrarnos con los lugares y las personas que nos acompañaron entonces; algunos son ya espacios deshabitados o fantasmas que se aparecen únicamente en el recuerdo.

Fotografía: Jhon Swain (@john.swain_)

En este ejercicio existe un punto en el que volvemos a encontrarnos con nosotros mismos. La primera impresión nos hace sentir escalofríos. Nos vemos como a años luz de distancia. Repasamos las musarañas que desfilaban por nuestra cabeza. Poco a poco desciframos aquellos aspectos que han permanecido o que se extraviaron en el camino. El privilegio de la perspectiva nos ayuda a entender muchas cosas. Todo, o casi todo, es un chiste que sólo con los años hemos comprendido.

Somos los espectadores que permanecen sentados ante la acción irremediable. La persona que fuimos no sabe lo que está por acontecer, al igual que nosotros no sabemos qué va a ocurrir mañana. Es probable que todas, o por lo menos la mayoría de las personas, si pudieran vislumbrar un fragmento del futuro, palidecerían en el acto. Nadie está preparado para desilusionarse de esta manera. O quizá sí; hay quienes prefieren sufrir por anticipado.

Fotografía: Jhon Swain (@john.swain_)

II. La primera vez que leí Los detectives salvajes tenía 18 años y estaba a punto de salir de la preparatoria. Precisamente por esto sentía que el mundo se abría ante mí como un gran atardecer; esa clase de atardeceres que proyectan su luz con melancolía. Entonces pronunciaba frases que en el presente sólo me atrevo a pronunciar en silencio. Creía, pues, que el futuro me esperaba sonriente, tal como yo lo soñaba. Toda esta atmosfera contribuyó al entusiasmo con que leí la novela de Bolaño. En cuanto cerré el libro, supe de inmediato que era necesario esperar unos cuantos años. El tiempo traería claridad a la historia. Y en efecto así fue. Esto prueba que el viaje no es el principio ni el fin de las cosas, sino lo que sucede entre ese principio y el final de la aventura.

Tres años después veo ese momento como algo remoto. Lo que ha sucedido con mi vida acaso tenga que ver más con el azar que con la planeación de mis pasos. Muchos deseos se han desvanecido y cosas mejores que las imaginadas ahora forman parte de mi vida. Por momentos se nos olvida ver el terreno sobre el que estamos parados y, sólo hasta ese instante, pelamos los ojos con asombro. Alguna vez leí un tweet que decía: “actualmente estás viviendo al menos una de las oraciones por las que solías rezar”. Toda la gente puede entender esto incluso si no cree en nada, pues planear la vida en el borrador de la mente es, en cierto modo, algo parecido a la oración; visualizamos el futuro para erigirlo con el mayor éxito posible.

Ya que han pasado los años y vuelvo la mirada hacia ese adolescente que lee Los detectives salvajes, pienso en eso que hace a la novela de Bolaño un texto imprescindible. Sólo las cosas maravillosas son capaces de ofrecernos riqueza y miseria a un mismo tiempo. No por nada la vida nos da tanto a cambio de la muerte, igual que el amor y todo lo que vale la pena en este mundo.

Fotografía: Jhon Swain (@john.swain_)

III. Si tomamos la primera y la tercera parte de Los detectives salvajes, es decir, el diario de Juan García Madero, tenemos una novela que se desarrolla en el Distrito Federal de 1975. Es una historia entretenida, repleta de literatura, sexo y personajes interesantísimos. El final de esta novelita es triste. Si tomamos la novela tal como nos la ofrece el autor, con esa segunda parte que además es la más larga del libro, la tristeza se vuelve tragedia. Muchas personas abandonan el texto al llegar a este punto porque pasamos de la escritura torpe y adolescente de García Madero, a un cúmulo de voces que hablan, desde 1976 hasta finales de los años 90, sobre el paradero de Arturo Belano y Ulises Lima, los verdaderos protagonistas de la novela.

Pero, ¿por qué es tan importante esta segunda parte? Porque entre la primera y la tercera sección se abre un abismo en el que los lectores podemos ver cuál es el destino de esos dos muchachos. Nos volvemos, gracias a esos testimonios que avanzan en el tiempo, una suerte de dioses capaces de ver el futuro. Arturo Belano y Ulises Lima van descubriendo con los años que todo aquello con lo que habían soñado en su juventud resultó ser una ilusión. La poesía y sus principios de vida fueron sólo eso: un sueño. Ahora están próximos a la muerte y no hay nada que pueda hacerse. Tras esto, volvemos al punto en el que nos quedamos en la primera parte. Estamos en 1976. Los personajes siguen en lo suyo, tranquilos, hablando de poesía y fumando marihuana. Nosotros estamos helados porque acabamos de ver su destino.

Aquí podemos consolarnos porque no somos Arturo Belano ni Ulises Lima. No nos espera ese destino fatal, es cierto, pero cuántas veces nos hemos preguntado cómo es que será nuestra vida a los 30 o 40 años. Nadie sabe en dónde estaremos entonces. Incluso si trabajamos con ímpetu por las cosas que queremos, no hay nada que las garantice. A cada paso el suelo sabe temblar aun si andamos con firmeza. La vida es pura incertidumbre y precisamente por eso tiene sentido. Si un relámpago en la noche nos revelara nuestro futuro, ¿estaríamos dispuestos a aceptarlo? Por mi parte prefiero la duda. No quiero saber nada sobre lo que me espera.

Fotografía: Jhon Swain (@john.swain_)

IV. ¿Qué hay detrás de la ventana? se pregunta García Madero en la última línea del libro, pensando tal vez en el destino, y un escalofrío nos recorre la columna mientras tragamos saliva.

Autor: Ringo Yáñez

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