En las metamorfosis de Ovidio se rescata una figura muy interesante, Pigmalión, escultor enamorado de su propia obra: Galatea, escultura de una mujer de gran hermosura. Galatea cobra vida con ayuda de Afrodita, convirtiéndose en la musa de carne viva con la que tanto soñaba el artista.
Rosario Castellanos rescata a Pigmalión para hablar de un tema, la mujer y su imagen. Nuestra representación está cimentada en un mito, creado a partir del lenguaje de los hombres, erigido con miedo y dominación.
“Antítesis de Pigmalión, el hombre no aspira, a través de la belleza, a convertir una estatua en un ser vivo, sino un ser vivo en una estatua”
Rosario Castellanos
Se alaba a la mujer por su belleza, grandes poemas y odas han sido creadas a partir de ello, sin embargo, esa dulzura, divinidad y fragilidad con la que se le pinta, viene directamente de un ideal que compone el hombre. La imagen que se crea es entonces una distorsión, alejada de lo que nosotras podemos decir sobre lo que somos, sobre lo que fuimos. Estándares de belleza tan inútiles, sólo al servicio de un consumo, de una industria misógina que distorsiona la elección. Rosario dice, nos transforman en estatuas.

La antítesis de Pigmalión es la producción en masa de estatuas, veneradas sólo por la fragilidad y belleza, por su utilidad que irónicamente, se mide en la inutilidad, en el silencio.
La musa ya no existe, ni su sombra, ni sus rayos de pájaro dorado. Ha caído bajo el martillo de Safo, y seguirá cayendo esa belleza creada por los patriarcas, esos que escriben nuestros rostros, blanquean nuestras pieles, tallan los cuerpos con proporciones desmedidas. Los hombres cortaron la lengua y sus vocales, para que la mujer, la estatua, sea silenciosa y bella, enjaulada pero con alas.
Esa musa ya no existe. La antítesis de Pigmalión no volverá a hacer de la carne su mármol.
Autora: Ámbar Eugenia Gallardo Jones