El Mundo mira a Ucrania con miedo de que la sangre que pinta al Mar Negro contagie las aguas del Mediterráneo, e inevitablemente se contamine todo el Océano, y todos los ríos que de él emanan. Los europeos creían haberse librado para siempre de la guerra, y los rusos aún no se creen que Putin fuera capaz, pero ahí donde exista la propiedad privada, estarán condenados a escuchar constantemente a la guerra tocar la puerta y a que un mal día el nacionalismo la deje pasar.
La geopolítica había sido unipolar desde la caída de la Unión Soviética, pero en el afán de Estados Unidos por dominar el mundo entero cruzaron la línea roja de Rusia, porque integrar a Ucrania en la OTAN implicaría poder apuntar con misiles nucleares a las capitales rusas, desde un lugar tan cercano que no serían capaces de devolver un ataque igual a los Estados Unidos. El poder geopolítico que se pelean las grandes potencias, es la capacidad de aniquilar a la otra de forma absoluta sin desatar un desastre nuclear de proporciones mundiales, sino solo nacionales.
De entre los escombros que dejan los combates y los bombardeos sale un silencio ensordecedor que se expande como la neblina. No importa si ganan unos u otros, siempre habrá algún desamparado que mire atónito el trágico escenario, dicen que la Guerra viene a resolver lo que no pudo la política, pero el silencio solo arroja preguntas y no resuelve ninguna. ¿Todo para qué? Miles y miles de hombres que creen que son distintos porque viven en distintos países, se matan los unos a los otros y cierran los ojos por última vez sin haberlos abierto nunca, nadie les dijo que su nacionalidad no es más que la afiliación obligatoria por nacimiento a un club de explotados y explotadores, donde por norma general habrán de ser de entre la mayoría explotada.

Hoy más que nunca, la cuestión nacional es una vil mentira.
Los economistas ingleses clásicos tenían la idea estúpida de que el motivo por el que las naciones comerciaban era para llenar huecos en su producción, pero el motor principal de las sociedades es su producción, que a su vez es dispuesta por una producción anterior: la ropa que se confecciona hoy en una nación servirá para cubrir del frío a algún trabajador de la industria textil en otra nación, los procesadores ínfimamente más lentos de las últimas décadas sirvieron en computadoras para diseñar los procesadores actuales, e incluso este texto no sería posible sin la producción literaria de autoras y autores de los últimos 300 años, así como sus propias referencias.
Si se sigue esta lógica hasta sus máximas consecuencias, se llega a la conclusión de que lo que constituye las frágiles identidades nacionales es inseparable de la producción global a lo largo de la historia, por lo que la sociedad determinada por la producción nada tiene que ver con la población que delimitan las fronteras. La prueba de esto es que si a una nación moderna se le priva de relacionarse con el resto de la sociedad que la constituye, cae en la hambruna y la pobreza; un ejemplo claro (y triste) es Cuba, que durante la ocupación española y gringa fue relegada al monocultivo de azúcar, pero cuando los cubanos se hartaron de ser explotados y comenzaron una revolución socialista, fueron aislados del resto del mundo con un bloqueo económico, que los dejó con montañas de azúcar de enorme valor que nadie iba a comprar, y la nula posibilidad de adquirir en el extranjero los productos básicos para la subsistencia de su población.
Si se analiza desde la historia el conflicto entre Rusia y Ucrania, también se encuentran ejemplos de cómo la propiedad privada origina la ridícula idea de nación y luego esta desemboca en la guerra. Recordemos que, en 1954, cuando ambos países eran parte de la Unión Soviética, Rusia le cedió Crimea a Ucrania para facilitar su administración, esto era congruente con el proyecto comunista que pretende acabar con la propiedad privada y por lo tanto, poco importaba si Crimea formaba parte de tal o cual. Ahora Rusia y Ucrania tienen una guerra, son capitalistas y entre tanto, se discuten la “legitimidad” de la soberanía de la península de Crimea desde el 2014.
Con esto no quiero decir que las naciones no sean reales, son tan reales como quienes han muerto tratando de cruzar una frontera. Lo que critico es que la idea de nación solo beneficia a los que poseen los medios de producción, porque aprovechan la geopolítica para poner la fuerza de trabajo y el consumo de otras naciones al servicio de la propia.
La estrategia neoliberal de los Estados Unidos es un gran ejemplo, la primera vez la llevaron a cabo tras un golpe de estado en Chile, pero los siguientes países cayeron con la subordinación de la clase capitalista. Primero se venden todas las paraestatales y cuando ya no queda nada, los propios capitalistas nacionales venden a los estadounidenses; así el capital acumulado producto de la clase trabajadora pasa de ser administrado por el Estado, a los capitalistas nacionales y por último a los grandes capitalistas imperiales.
La guerra es la manifestación más violenta del interés que tienen los dueños de los medios de producción por conquistar nuevas tierras. Ucrania es uno de los muchos tableros de juego en donde se libra esta batalla entre oligarquías, a penas comenzaba la guerra y ya estaban discutiendo quién le iba a vender el gas licuado a Europa cuando bloquearan económicamente a Rusia. La OTAN dice no querer intervenir en una guerra, pero las sanciones económicas son actos de guerra que repercuten directamente en la vida diaria del Pueblo.
La guerra entre las naciones se declara por las minorías explotadoras, pero los estragos y las muertes las pone la mayoría explotada. La guerra que traerá paz no será nacionalista, sino que buscará que se confirme políticamente la disolución económica de las naciones; la guerra entre países siempre será la antesala de otra guerra, el triunfo de la clase trabajadora internacional en su guerra contra la clase capitalista, no.
Por la paz, la revolución.
Autor: Rolando Ramos Cardona