Donde termina la gramática empieza el gran arte

I. Mucho se ha venido hablando de gramática en los últimos tiempos dentro y fuera de la literatura; como si la fiebre de los tratados o los manuales del castellano hubieran vuelto a recobrar su popularidad. Tanto se habla de gramática que por momentos parece que se trata de una entidad celestial a la que deberíamos rendirle el mayor de los cultos. Tampoco sería descabellado pensar que es algo así como una religión emergente, pues aunque sabemos que escribir bien y de manera correcta es algo a lo que todas las personas tendríamos que aspirar, no se nos deja de exigir que acatemos las reglas al pie de la letra o, de otra forma, estaríamos cometiendo una herejía, cayendo en las garras de un demonio que nos quiere desviar del buen escribir y, sobre todo, del fenómeno literario.

En su Discurso sobre el estilo, el Conde de Buffon dice que “las obras bien escritas serán las únicas que pasarán a la posteridad”, y desde aquí ya nos enfrentamos a un gran problema. De entrada, ignoremos el hecho de la posteridad, porque en ese sitio nada ni nadie tendrá valor alguno; la posteridad nos olvidará por igual a todas las personas y a todas las cosas. Ahora bien, podríamos preguntarnos en dónde está el problema con Buffon, pues el hombre habla con sensatez, como cualquier individuo que está seguro de lo que nos dice. Pero antes de avanzar en esto vale la pena que volvamos con detenimiento a su afirmación. Meditémosla un momento: sólo las obras bien escritas podrán perdurar.

Dicho lo anterior, no estaría a mal que, a propósito de discursos, recordemos lo que Roberto Bolaño, en su Discurso de Caracas, dijo sobre la escritura: “Muchas pueden ser las patrias [de los escritores], se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte es el de la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío (…) correr por el borde del precipicio”.

Fotografía: Edwin Castañeda

II. Es irónico que cuando se habla de la lengua de Cervantes se esté haciendo referencia a la manera correcta de escribir. Me gustaría pensar que en realidad se está hablando de la más hermosa de las lenguas, la más apasionada, pero bajo ningún motivo de la más correcta. Bastante se ha dicho sobre lo mal que escribía el buen Cervantes. Borges, a propósito de esto, aseguró: “desde luego Quevedo hubiera podido corregir cualquier página de Cervantes, don Diego Saavedra Fajardo también, Lope de Vega también pero no hubiera podido escribirla, corregir una página es fácil pero escribirla es muy difícil”. Recordemos que nuestro querido autor fue en vida un hombre fracasado, el más ninguneado de su época, el escritor menos apreciado y el que, según aseguraban sus contemporáneos, nadie leería en la mentada posteridad. Desde esa derrota, apretando los dientes, frunciendo el ceño, Cervantes escribió El Quijote.

Por las razones anteriores no nos imaginamos a un Cervantes preguntándose si el último párrafo de su texto está acomodado según lo sugieren los tratados o los manuales; nos imaginamos a un Cervantes que, como bien lo dice Bolaño, está corriendo por el borde del precipicio, metiendo el brazo, las piernas, la cabeza en el abismo, y ese abismo en el cual se da la literatura es un caos en donde los espíritus desbocados encuentran el sentido de algo, incluso si ese sentido es completamente irracional. Y mientras Cervantes está ocupado en lo suyo, el resto de los escritores que lo critican no hacen sino consultar sus manuales para escribir una oración, sin poder avanzar ni llegar a nada, sin poder dotar sus historias de vida, obligándolos a convertirse en tratadistas o censores.

III. Las obras que se pasean con rabia por el río de nuestra sangre, las que nos divierten a costa de todo, las que nos sumergen en una miseria que después acaba por redimirnos, por ofrecernos un sentido en el vacío, apenas y se preocupan por darle el puesto protagónico a las reglas. Sabemos que la gramática propone un cierto orden, la posibilidad de amarrar el lenguaje y no dejar que se salga del molde. Pero, si traemos de vuelta a Buffon, el único mérito de la obra bien escrita es estar bien escrita y poco más. Es una roca detenida en la orilla del mar, inmóvil, mientras que la literatura es el mar; ese oleaje salvaje que desde el principio de los tiempos solloza en su ir y venir y que en su cuerpo coexisten la belleza y el peligro, la seducción absoluta.  

Hace falta la osadía, el coraje, la desmesura y el genio para que una obra se ilumine de pronto, cobre vida y, al mismo tiempo, ofrezca vida, se atenga a las reglas o no. Bien decía Goethe que no hay otra manera de llegar al corazón de las multitudes si no es con el corazón mismo. Perfecta no es la obra que únicamente está bien escrita. Perfecta es la obra que está repleta de vitalidad, la que conmueve hasta el fondo y les da la espalda a las reglas en favor de sí misma porque, al final las reglas están para eso; y como ocurre en la religión, la mejor parte de todo siempre va a ser cometer el pecado, morder la manzana, sucumbir ante la desobediencia para llegar a lo celestial.

Autor: Ringo Yáñez

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