Nuestra vida comenzó
como una narración con destino anticipado.
Mira tras el espejo de otros ojos (los ojos de otra)
ese espacio vacío, cárcel corporal de vírgenes desimbolizadas
que soportan la condición fractal de su existencia
y la condena de una personalidad perpetua,
de la inmutabilidad del sexo feminizado hasta la maternidad.
Nuestra vida comenzó
como un incendio,
sofocadas por la humedad de las llamas
y maltratadas por la violencia con que se ha tomado nuestro placer,
nos han penetrado hasta la carnosidad más interna,
con las miradas fijas en la indecencia de una figura dada,
sexualizada y vuelta carroña tirada en una barranca.
Arrebatemos el dolor de aquella mujer inundada,
sea tu madre, tu amiga, o tu hermana,
en un abrazo o en un grito hazla llorar su misterio,
drenar su condena.
¡Desposeídas del dolor, no de belleza!
A las hijas del llanto,
a las infancias robadas,
a las vidas azotadas:
¡No se sientan desposeídas o mutiladas!
juntas estamos completas,
el objeto estético, el pensamiento, así como la libertad, son alcanzables,
y la belleza, sutil exigencia del alma,
no ha corrido líquida en nuestras manos.
La crueldad no es una huella imborrable,
aún frente el derrumbe de nuestras casas, nuestros cuerpos y sus rincones,
podemos ceder a la compasión,
Pues no queda más que resistir la crepitación,
desempolvarnos y negarnos a cumplir los mandatos de los hombres,
cinceles que tallan nuestro cuerpo en mármol hasta dejarnos mutiladas.
Sigamos rescatando de entre los escombros nuestros cuerpos
y dando de beber nuestras lágrimas,
gotas de la miel más dulce,
a las abejas que zumban y reclaman en todos los rincones,
¡No nos maten!