De: Ámbar Eugenia Gallardo Jones
Como estudiante de letras, se llega a una conclusión rápida desde los exámenes de admisión, hasta el curso de materias completas que abarcan un momento histórico: Los hombres pueblan el canon literario, pocas mujeres, si es que alguna vez se llega a leer alguna. Como lectoras, estudiantes y amantes de las letras podemos darnos cuenta rápidamente de este hecho, desfilando sobre los mundos literarios masculinos al que pocas veces escucharemos nombrar a una escritora. Cada vez hay más cursos, materias optativas, dedicadas a estas otras miradas, pero como lo dice el mismo nombre, son opcionales. Sucede también algo importante, el surgimiento de una pregunta que desde siempre ha estado sobre la mesa, pero en la actualidad se ha tomado con más seriedad, ¿Separar a la obra del artista?

En primer lugar, voy a empezar con un hecho que es de notoriedad, normalmente la respuesta a esta pregunta es un sí, debemos separar a la obra de su creador y que por sí misma, se defienda. Pero, realmente ¿eso es lo que han hecho también con la obra de las mujeres? La historia dice que no. Por el hecho de que el rostro detrás de una gran obra fuera del segundo sexo se pasaba el manuscrito como inútil, de poca importancia, impublicable. Las escritoras debían recurrir a la máscara del seudónimo masculino para que sus obras pudieran ser leídas. Así es como el separar a la obra del artista, resulta sólo útil a la conveniencia de un canon masculino que ha parecido inamovible mucho tiempo.
En segundo lugar, como mujeres y artistas, (generalizaré un poco) el hecho de no separar a la obra del artista es seguir contribuyendo a que la historia se erija sobre todas las invisibilizadas por los hombres. Que se siga perdonando a los grandes intocables por el hecho de ser llamados “genios”, adjetivo que los hace divinos, aún más allá del abuso, violación, pedofilia, y misoginia ejercidos. Se nos dice que por no leer a Octavio Paz, por ejemplo, no sabemos absolutamente nada de ensayo y poesía mexicana del siglo XX. Que ocultemos al Octavio abusador, idolatrando sus letras solamente. Una disculpa a todos ellos, nací mujer en una guerra que ya estaba comenzada, en un terreno político, sin que me hayan dado la oportunidad de ver más allá de mi sexo, así que no. Y eso, no me hace menos literata, menos amante de las letras, menos escritora o estudiosa. Escojo ver y leer a las mujeres del siglo XX, y no por llenar un vacío masculino, sino porque su escritura es ingeniosa, refrescante, enigmática; intelectual, como muchos pensaron mucho tiempo que no podría ser la prosa ni los versos de una mujer. Este siglo es sólo un ejemplo, y el nombre de Paz también, esto se repite y se ejecuta en las demás situaciones y acontecimientos que ponen en juego la problemática.

Que la academia y el canon no continúen con la invisibilización de las mujeres artistas, de las mujeres. Es un trabajo arduo encontrar entre los escombros y “los grandes nombres” las letras, obras, e historias de aquellas que en vida no pudieron ser leídas; pero hay una responsabilidad muy grande que podemos tomar nosotras, de que aún con su ausencia vuelvan a la vida, a que el rompecabezas tan grande e infinito de la literatura tenga cada vez más piezas, más rostros de grandes mujeres.

Y si la excusa es que no había tiempo de que existieran las artistas en el pasado, doy una disculpa por ellas, estaban muy ocupadas haciendo revolución y emancipación para que ustedes las notaran.