Sobre la historia, la guerra y los silencios.

            El narrador atestigua, analiza, y escribe. Guarda dentro de páginas y crónicas los hechos dignos de recordarse, de estudiarse, para que en un fututo aquellos que llamamos “grandes acontecimientos” vayan tejiendo poco a poco nuestras representaciones. Resulta, que dicho telar está constituido por un material especial y único: La voz, tanto la que escuchamos día con día de nosotros y nuestros semejantes, tanto la que se plasma en forma de letra dentro de los medios para que nos lean.

Fotografía: Antonio Rodríguez

            Los grandes narradores comenzaron desde la antigüedad a guardar sus mitos y realidades en tablillas; algunos son más conocidos por nosotros, leyendo dentro de los libros las epopeyas que narran batallas de los dioses y reyes, historias que erigieron a los más emblemáticos héroes. Imaginando el gran lapso que pasa de esos acontecimientos hasta el día de hoy, es dónde se vislumbra la gran importancia y labor que ejerce un historiador, un narrador. Ha guardado aquello que creyó digno de recordarse. Es también en esta “dignificación” de los hechos que dependen de las cosmovisiones individuales o colectivas, donde se han perdido las narraciones y voces de ciertos grupos que se vuelven invisibles al dejar de ser nombrados.

            Por ejemplo, alguna vez llegue a preguntarme porque el nombre de la guerra nunca se pone al lado de las mujeres como antiguamente se hacia con los hombres. No sólo la mujer no era participe de ella, sino que escasamente podía narrarla. Resulta extraño escuchar a una mujer hablando sobre la guerra, aquel monstruo que se piensa tocado sólo por los hombres en tanto a narración y terreno. Pero no es cierto, existen bastas cronistas, historiadoras y poetas que han hablado de los grandes temas, como la guerra y el honor, aquello que se pensaba sólo podían hablar los hombres. Y también mujeres que han tenido una espada, lanza, rifle, o metralleta empuñada. No se habla de ellas, como si su historia se quedara flotando en el olvido, por el bien de los valores o estereotipos de la época que las limita al hogar y la crianza. No es en vano el nombre del libro de Svetlana Alexiévich “la guerra no tiene rostro de mujer” partiendo del hecho de que la mayor parte de los libros, epopeyas y poemas que hablan de batallas tienen al hombre de narrador y ejecutante. ¿Dónde queda la guerra de nosotras? ¿Dónde quedan las voces, los nombres, las heroínas, las mártires? ¿Dónde queda nuestra historia, nuestro punto de mira?

            Es importante mencionar, que la mujer no es la única. También los grupos que han sufrido los estragos de la colonización y el genocidio; las minorías que son hundidas por el canon blanco, las historias que han sido quemadas por el gran hombre que se proclama victorioso y digno de la historia. Pero, la historia no es de los vencedores, la historia no es de los grandes nombres ni de los grandes individuos, sino de los colectivos, de los pueblos y las naciones. De las estatuas erigidas y las estatuas destruidas.

            La importancia de narrar la historia y narrarnos a nosotros es de una importancia que no puede pasar desapercibida; el narrar no sólo es en el papel, sino en el ejercicio del día a día que reescribe nuestra historia, porque esta no es inamovible. En la intervención de los grandes monumentos, en la lucha por nuevas leyes y reformas, en leer no sólo la historia de siempre sino la de todos.

            Construimos este telar de memoria en base a nuestras voces, nuestras narraciones de la vida y de lo que para cada uno de nosotros son los grandes acontecimientos. Busquemos no sólo construir la historia, sino también rescatar las narraciones que dejan de nombrarse, reconstruirla.

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