“Allí donde otros exponen su obra yo solo pretendo mostrar mi espíritu”
(Artaud)

En el año 1947 Artaud escribe un libro que, a pesar de ciertas inexactitudes historias, retrata de manera precisa sobre como las comunidades aíslan a los incomprendidos hasta puntos aborrecibles. No es coincidencia pues, habiendo sufrido el mismo 8 años en un hospital psiquiátrico, que Antonin Artaud dejo de confiar en esas instituciones que parecían enloquecerlo más de lo que pretendían curarlo. Fuera de conspiraciones, en sus cartas hechas en este periodo, describía las torturas que recibía por parte del personal médico, incluso con los doctores más amigables. Ni sus amigos que reiteradas veces profesaban el amor que le tenían lo quisieron sacar del infiero que sufría. Es por ello que, usando a Van Gogh a modo de proyección, escribió el tratado sobre un “suicidio” involuntario.
Lo curioso es que, gracias a investigaciones recientes, ni el pintor ni el dramaturgo sufrieron una muerte a manos propias. Ellos luchaban por vivir a pesar del descontento inconsciente de su comunidad. Pero la premisa aún funciona, pues el suicidio persiste con la analogía del rechazo social.
Sin embargo, el rechazo es hasta cierto punto justificado, como diría Louis Black sobre Daniel Johnston en el documental de “The Devil And Daniel Johnston”:
“Siempre nos ha gustado la noción del artista loco como Van Gogh cortándose la oreja, leemos sus libros (Virginia Woolf), coleccionamos su arte, vemos sus películas y amamos su locura por ser puros (Sylvia Plath) ya que no eran comerciales (Antonin Artaud) pero si estaban enfermos, ¿Qué podíamos hacer? La solución más simple es ingresarlos a un sanatorio. Sin embargo uno se siente culpable. Me hubiera pasado con Van Gogh. Yo menosprecio a los que no entienden a los genios, pero ahora me dan una oportunidad y solo pido que lo ingresen porque no sé qué hacer con él.”
Es un ejercicio inútil continuar yendo atrás en el tiempo y tratar de identificar personajes que sufrieron el mismo destino por la misma razón, pues los ejemplos serian innumerables y cometeríamos un anacronismo.
En los prólogos de libros de Pizarnik o Plath, comúnmente encontramos la advertencia de que no tomemos como punto de referencia el suicidio para juzgar su obra. Yo digo que siempre hay que tenerlo presente, pues fue culpa nuestra el desenlace de su historia. Nuestra culpa por estigmatizar aquellos padecimientos. Ya es demasiado tarde para pedir perdón o para alabar lo que hicieron.
Debemos sufrir aquella eterna marca gracias a nuestra negligencia. Una persona, sobre todo las geniales, mueren solitarias, pero jamás se matan solas.