“Yo, al menos, tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión, que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia”

Tomemos un paso atrás, y consideremos términos axiomáticos como falaces. La idea de “individualidad” no es más que un invento capitalista. Bueno, no tan extremo. Pero es verdad que a través de la historia, la idea del “individuo” fue desconocida, o al menos más obscura. Mientras que nosotros buscamos cada vez más separarnos de las etiquetas y crear una imagen del “yo” autentica, la configuración social parece más fabricada que natural.
Empezamos a tomar ciertos aspectos de nuestras vidas y los convertimos en cualidades de la personalidad. Como una especie de mural en donde introducimos recortes de lo que significa ser nosotros. Presentamos una imagen de esto a los demás y suplantamos nuestra identidad, creando un espejismo.
La despersonalización es el caso extremo de este espejismo (catalogado como una enfermedad clínica que requiere intervención médica). Podemos padecerla en menor medida en ciertos momentos de nuestra vida al encontrarnos distantes de la realidad que aparentamos, y a pesar de ser algo común, no esta de menos tomarnos en serio cuando eso sucede.
Usemos el largometraje “Der Student von Prag” (El Estudiante de Praga) como ejemplo. En el filme encontramos la historia clásica de un hombre que se enamora de una mujer que “está fuera de su alcance”, y este encuentra a un misterioso hombre que le concede una gran cantidad de dinero a cambio de su sombra.
El falso “yo” (la sombra) se apodera del verdadero “yo”, indistinguible para los demás y para nosotros mismos.
La tragedia termina en que, en la película (Spoilers), el estudiante harto de la suerte que corre, dispara hacia su Doppelgänger, solo para encontrarse a sí mismo desangrando y muriendo en el acto.
Lo único útil que nos puede ayudar es la destrucción total del ego. La introspección en exceso es también dolorosa. “No mires tanto ahí dentro, es canibalesco” decía Schwab a Hölderlin en una carta.
Engañarnos a nosotros mismos que somos algo distinto a lo que pretendemos ser, despersonalizarnos, distanciarnos de las limitantes que nos proveen esos servicios que fingen ayudarnos.
En lugar de encasillarnos, en caer en el falso juego del lenguaje, debemos optar por quedarnos mudos, hablar sin sentido. Encontrar un punto medio en aquello que soy y aquello que quiero ser. Ser, siempre fiel a nuestros límites, y a partir de ahí construirnos una sana expectativa.