Los carmelitxs descalzxs

No me puedo separar del cuaderno. Mis narices piden posada entre las fibrosas páginas que suenan como el demonio, pues siempre es una inquietud anticristiana y placentera hacerles sonar. Todavía no puedo elegir quién de tantas plumas es la especial para ser la causa de las líneas torcidas del aliento de Dios en mí.

Ilustración: Guillermo Luna

Un amor arde en el interior y me llama a realizarse, sin capricho u egoísmo. Sé que puedo evitarme la pena evitándome. Todavía tengo la opción de vivir en resignación íntima morando en un amplio y pomposo terreno. Todavía se sentirme repugnado de mi simpatía por el camino miserable de la disidencia. Pero después de mucho pensar cómo me siento no puedo dejar de preocuparme por lo espantosamente responsable que me siento por servir. Puesto que sin perjuicio de cómo me he ninguneado creyéndome imbécil sin reparo, llego a tener la corazonada que sirvo de algo. Mi pequeño secreto es creer que al menos sirvo para sentirme inquieto y preocupado.

Yo también necesito de mucho. Todavía no ha habido alguien o algo que le asegure al involucrado en la construcción del futuro de las naciones el espacio intelectual y doméstico, el pan, los trapos para cubrirse. Que estén bonitos, por favor.

Todo es competencia económica. Competente para hacer dinero y competidor para no perderlo. Y   con razón, pues mis construcciones de la realidad no le sirven a nadie para hacer tamales o soldar un puesto de tacos. Solo explico el mundo con base en herencias comunes que pueden quitarnos lo desorientados y hasta hacer posibles nuevas direcciones para moverse. No podemos ignorar la línea común de aspiraciones en una sociedad como la mexicana, donde elegir la miseria nos hace pendejos.

Todavía en la lucha puedo abrirme camino abofeteando a mis detractores con la calidad de mis páginas, de mis dibujos, de mi trabajo. Y les voy a vender bien caro todo el esfuerzo que hago para pensar en un producto perfecto hecho a la medida de una comunidad que me preocupó y conmovió hasta los huesos. Quédense con su publicidad comunitaria chafa y estúpida, pájaros tarúpidos. Ya puedo ir caminando por las calles ruinosas de mi ciudad e inclinarme ante sus loquitos, los forzados a elegir una miseria que lacera la carne y la hace doler. Pero qué emocionante escuchar su trabajo con olor a tierra y mugre. No tenemos una empresa esperándonos para trabajar en un fin social, sino que los fines sociales son nuestra empresa.

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