En el primer Delirio, Una Temporada en el infierno, Rimbaud atribuye el conocimiento de la humanidad hacia la reinvención del amor, proclamando definitivamente un lecho tan definitivo como vital es respirar. Aunque se hable de que, sin el amor no se es nada, hay que juzgar primero el origen del amor y, sí así es, hasta dónde puede llegar efectivamente.

Tales de Mileto dice: antes de si quiera pensar en gobernar, primero uno debe dominarse a sí mismo; en realidad, hablamos así también de amar: es cosa de amarse. Como Kant decía (resumiendo): la felicidad es la voluntad de una persona en sus deseos y esperanzas independientemente de la moral colectiva, atribuyendo el significante a la ética autónoma de cada individuo; así el amor, es proporcional en términos semejantes a cada individuo: si el hombre puede dirigirse a donde quiera (como decía Goethe), siempre regresará al camino de la naturaleza sin importar que, amando así con la luz de lo que exige el espectro del origen.
Ortega y Gasset nos invita a desconfiar del amor de un hombre, a su amigo o a su patria, cuando este no se esfuerza por comprender al enemigo o a la patria de otros; en efecto, la universalidad del amor es la indiferencia a los adjetivos, a lo material (como todos lo ignoran) y no a su democracia como todos lo hacen. Paz se jacta: “hay que reinventar la democracia, Rimbaud había dicho: hay que reinventar el amor. Es casi lo mismo”.
Respuesta: Juega y ama. O pierdes y repites.