Los descendientes simbólicos de Antígona harán un mundo nuevo.

No he nacido para compartir odio, sino amor

Antígona

La injusticia es un monstruo de diferentes variaciones y tamaños, irremediablemente existe, porque existimos los humanos. Se manifiesta con más frecuencia de la que debería, y en los sueños de las utopías más gloriosas, se combate a puño y espada para ser reemplazada por la verdad, por la libertad. Es un tema difícil, por la delicadeza que conforma todo su significado, también porque puede interpretarse de distintas maneras, dependiendo de cada visión de mundo, y cada zona de privilegios; lo real en cada uno de los casos donde la encontramos, es el dolor que conlleva su existencia.

Fotografía: Silvia Tovar

Podemos dar un vistazo a la historia, y darnos cuenta de todas las veces que hemos sangrado como país, como humanidad, siempre con la impotencia en los corazones de no ser lo suficientemente “poderosos” como lo presume cada político que ha cometido la barbarie de callar a su pueblo. Dentro de cada uno de estos acontecimientos, hay una clase de individuos que se hace notar. Algunos en su tiempo tal vez fueron llamados alborotadores, no nos vayamos tan lejos, en la actualidad, algún periódico amarillista los sigue llamando de la misma manera, pero realmente, son la esperanza de una sociedad fragmentada por el dolor. Todo aquel que ante la injusticia, ante la violencia, y ante los actos monstruosos de corrupción se levante, es la resistencia: los descendientes simbólicos de Antígona.

La tragedia de Antígona es una de las obras más importantes de Sófocles; el tiempo ha pasado y no se ha olvidado su historia. Antígona es una de las hijas del famoso Edipo, después de que el destino lo desterrara de su tierra y lo condenara a la ceguera perpetua, dos de sus hijos llamados Polinices y Eteocles pelean a muerte por el trono, terminando con sus vidas en una batalla, olvidando cualquier parentesco. Creonte, el siguiente en el poder, manda un funeral digno para Eteocles, pero condena al cuerpo inerte de Polinices, llamándolo “Traidor de la patria”, nadie podrá ofrecerle sepultura, y eso para los griegos significa vagar en espíritu por la tierra, infinitamente. Antígona, sabiendo de antemano que desafiaría la autoridad de Creonte, decide que es más importante darle un entierro digno a su hermano. La bella Antígona es condenada a habitar una tumba de rocas, donde cruelmente muere.

«A mí me es fácil oír lo que en secreto se dice; como llora la ciudad por esta muchacha, que, entre todas la mujeres, no merece de ninguna manera morir ignominiosamente por su gloriosísima hazaña. «

(Sófocles, trad. 1989)

Diversas son las maneras en que podemos interpretar su historia, el día de hoy Antígona es necesaria desde la perspectiva política, representando a todos aquellos que luchan contra la tiranía, contra la opresión, y así como es basta la manera en que se lee a Antígona, también lo es la manera en que la resistencia se manifiesta: que no se haga menos la labor de todos nosotros por un lugar donde las leyes no excedan la humanidad.

Antígona sabe que será castigada, pero también siente un deber. La corrupción de Creonte es notoria, y excusa sus acciones en disfraces de leyes, Antígona se niega a odiar, y su amor es más fuerte que las consecuencias que desatará. Es una rebelde, rebelde en el sentido más necesario de las circunstancias.

Por todos aquellos que luchan todos los días por un nuevo mundo, por todos aquellos que no callan, que sean más, que seamos más, y que la descendencia de Antígona se herede por siempre.

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