La controvertida guerra cultural representa todos los paradigmas frívolos y superficiales que nos admiten esencialmente como sociedad, aquí predomina el celo de las almas pontificales, sus oposiciones y derivados en la fiebre idealista, no sin antes señalar a sus enemigos de verde o azul, de izquierda a derecha o, de arriba a abajo. Sin embargo, de origen, se encuentran los hilos incorpóreos que representan el segmento fundamental en la lucha global por la preponderancia. Dentro de esta categoría, tanto como en extensión y clases, son proliferantes y muy variadas, en este caso, particularmente empero abordar por la invasión extranjera en su fusión más descarada y rentable: la infiltración de agencias de inteligencia.

Desde Mesopotamia, con el gobernador Sargón I de Acad en el Mediterráneo, con la creación de la primera red de espionaje, hasta el Departamento Central de Inteligencia bajo la Dirección de Trotsky, en nuestro país, así como en infinidad de muchos otros, el despliegue de dichos organismos, han significado un desagravio pueril y vulgarmente un beneficio para los bandos dominantes.
Por el momento, nos dedicaremos a repasar fundamentalmente un caso particular en México, el narcotráfico y su vinculación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA por su sigla en inglés) norteamericana. La CIA es una organización federal independiente que forma parte de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos (IC). Ellos responden directamente al Director de Inteligencia Nacional, que, a su vez, replica de forma expedita al presidente sobre los asuntos de seguridad tanto a nivel interior como exterior.
Los inicios de la CIA en México fueron los operativos precedentes en Sinaloa, designados “Operación Condor”. Estos tenían como primer propósito, a raíz del gran número de producción de narcóticos en la zona, erradicar su distribución y tráfico; sin embargo, el desenlace ejecutivo, produjo que las siembras se extendiesen hacia otros puntos del territorio, formando ahí conexiones de norte a sur, incluso con otros estados como Chihuahua y Durango, que posibilitaron el surgimiento de nuevas rutas y circuitos de trasiego a fin de continuar con la actividad ilegal.
Posteriormente, como afirma el académico José Luis Velazco Cruz, profesor del Instituto de investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la cofradía entre el estado mexicano y estadounidense, fortaleció sus relaciones durante la década de los ochenta, cuando por contexto de crisis económica, parte por las revoluciones sociales en Centroamérica (Plan Cóndor) y la fallida Operación Condor, la CIA, el Cartel de Guadalajara y la hoy inexistente Dirección Federal de Seguridad (DFS) de México (que, según afirma el ex subsecretario de Gobernación y fundador del CISEN Jorge Carrillo Olea “estaba totalmente al servicio de la CIA”), establecieron un convenio que predefinió el crecimiento e internacionalización de los carteles de la droga mexicanos.
De acuerdo con el testimonio de los exagentes de la DEA (Administración para el Control de Drogas de EE. UU) Phil Jordan y Héctor Berrellez, la CIA colaboró con el Cartel de Guadalajara encabezado en aquel entonces por Caro Quintero, con el objetivo de suministrar las ganancias del narcotráfico al financiamiento de la guerrilla contrarrevolucionaria nicaragüense (Contras).
«Esa colaboración entre el Cártel de Sinaloa, el Gobierno mexicano y EE. UU. para apoyar a la contra en Nicaragua y a la derecha en El Salvador y Guatemala, fue lo que le dio el enorme impulso al narcotráfico mexicano, permitiéndole pasar de ser un negocio local, binacional, a un negocio auténticamente trasnacional, hemisférico» (Velazco, 2019).
Durante el periodo en el que la CIA facilitó la venta de crack en California para financiar operaciones anticomunistas en Centroamérica, las autoridades estadounidenses bloquearon la ruta de la cocaína por el Caribe, abriendo de esta forma, el panorama completo al sector mexicano.
Miguel Ángel Félix Gallardo (el Zar de la Droga), jefe del aquel entonces Cartel de Guadalajara, se asoció con Pablo Emilio Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha en Colombia, por medio del narcotraficante hondureño Ramón Matta Ballesteros quien propuso al cartel para trasladar la droga desde Colombia a Estados Unidos pasando por México.
Condicionado a brindar apoyo al movimiento Contra en Nicaragua, Gallardo tuvo el soporte de la CIA y la DEA para mover más de cuatro toneladas de cocaína cada mes a los Estados Unidos; acontecimiento que traería el surgimiento del Cartel de Sinaloa, como una fragmentación del Cartel de Guadalajara.
«Mientras la ruta del Caribe florecía, los mexicanos tenían poca oportunidad de participar en ese mercado. La ruta natural de Colombia a EE.UU. es por el Caribe, pero se selló esa ruta y por otro lado se hizo una alianza con los narcotraficantes. Eso le dio a los mexicanos y particularmente a los sinaloenses, asentados en Guadalajara, la entrada como jefes al negocio de la cocaína» (Velazco, 2019).