Miguel Ángel Escobar (aportación*)
Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica
Salvador Allende.

Nos encontramos en un fin de década singular, lleno de caos y descontrol detonado por un virus que recorre el mundo, no hace falta enumerar todo lo que ha cambiado, basta con decir que fuimos capaces de dividir en dos aquello que llamamos normalidad. Sin embargo, como siempre he sido un pesimista esperanzado, no veo todo perdido, y acá pretendo poner algunos puntos que quizá nos ayuden a apuntar el dedo al horizonte.
Hablando con mi terapeuta a propósito de este periodo de cuarentena, me dio un dato bastante revelador; que las consultas con jóvenes entre dieciocho y veintitantos, han aumentado. Eso no es lo extraño, pues entre mi circulo social lo he visto claramente, la mayoría de mis amigues han optado por tomar terapia durante este periodo y de cierta manera nos hemos visto orillades a fortalecer los lazos afectivos y de solidaridad entre nosotres. Lo que se me hizo revelador fue la razón que le adjudicó a este hecho, pues me dijo que estamos sufriendo un duelo colectivo, una suerte de convulsión social por el contexto que estamos viviendo, lo cual tiene todo el sentido del mundo, porque no sólo hemos estado rodeados de muerte por doquier a causa del virus, sino que al mismo tiempo estamos viendo desmoronarse aquello que se creía real, es decir, la vieja normalidad.
Yo localizo las primeras grietas de esta ruptura en los años noventa, coincidiendo con el final del siglo XX y principios del XXI, donde se comenzaron a hacer más evidentes los resultados fallidos del neoliberalismo en la región latinoamericana en contraposición a la imagen ilusoria que se vendió (o se impuso) para su implementación. En México se puede ilustrar dicho proceso con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia del país en 1988 y por supuesto con el levantamiento armado del EZLN en Chiapas en 1994.
No obstante, el neoliberalismo como sistema económico y político no se pudo erradicar, y a causa de esto, los llamados millennials somos una generación precarizada en muchos sentidos, desde el hecho de que nos hacen competir por la educación supuestamente pública con el discurso de que “sólo los mejores se quedan”, incrustándonos desde las aulas el chip de la lógica neoliberal, y rematando con que cuando llegamos a la edad laboral, nos enfrentamos a condiciones poco favorables, pues la gran mayoría nos hemos visto obligades a hacerlo sin seguridad social o prestaciones y con sueldos poco atractivos, eso sin mencionar que la idea de tener una casa propia es casi imposible, y a lo más que podemos aspirar es a rentar perpetuamente un departamento minúsculo nada barato.
Yo sé que esto parece poco alentador de por sí, y prometí un poquito de esperanza, pero es que es precisamente toda esta crisis social la que de cierta manera nos ha permitido pensar y reflexionar sobre el mundo que queremos. Es justo esta desilusión y desesperanza la que nos está impulsado a cuestionar lo establecido y a construir nuevas utopías.
También me habló de su visión de la lucha de las nuevas luchas y sus manifestaciones llenas de performance donde se intervienen símbolos y monumentos, actos muy polémicos y con un trasfondo importante, porque en gran medida, según me comentó, a nuestra generación una bandera ya no le significa lo mismo que a la de nuestros padres o nuestros abuelos, y por eso buscamos significar desde nosotres esos viejos símbolos, desde una intervención con aerosol con una consigna, hasta una modificación de sus colores. Y eso no quiere decir que quienes lo realizan no les importe el país, que más bien es todo lo contrario, porque les importa lo que aquí sucede es que surgen estas formas de la intervención del espacio público, que rompe totalmente con la idea neoliberal de que el cambio está única y exclusivamente en lo individual.
Todo lo anterior ha puesto sobre la mesa una amplia gama de temas importantísimos, como la educación de las infancias, llevándonos a cuestionar como es que hemos sido educados en nuestras familias y de qué manera esto nos ha influido, además de motivarnos a pensar en nuevas formas de educar, de forma menos impositiva y más sana, con otra vuelta de tuerca, que es una nueva perspectiva respecto a los roles de género y sumándole la visualización a las infancias LGBT+ y relegando los viejos castigos físicos. Y si bien no tenemos todas las respuestas, no es cosa menor que como jóvenes estemos discutiendo la educación familiar como un tema primordial. Algo curioso, sobre todo porque la mayoría parece no aspirar a tener hijes, pero que no resta mérito.
Sin dejar de lado, por su puesto, nuestras relaciones sexoafectivas, porque acá también existe una crisis con la imagen de familia genérica heterosexual y monógama que se vendió como ideal de familia durante el siglo pasado, no es de extrañar entonces que la mayoría de las parejas de alrededor de cuarenta años y más, estén separadas, ¿no? Ya sea por infidelidades, problemas económicos o violencia doméstica. Aquí la respuesta joven es una clara crítica al amor romántico y a la heterosexualidad como norma, sumándole otra a la monogamia como obligación forzosa en una relación amorosa.
Y no es que hayamos descubierto el hilo negro, ¡qué va!, todas estas ideas no son nuevas, pero parecen ser innovadoras porque se han tratado de recluir a lo marginal, dan la apariencia de novedosas porque en cierta medida se nos ha tratado de moldear a medida de la sociedad, en lugar de hacerlo como sería lógico; moldear la sociedad a voluntad de quienes la conformamos. ¿No parece extraño que cada año aumenten las cifras de depresión, ansiedad y suicidios entre población cada vez más joven por no sentirse suficientes y no cumplir con los estándares?
En realidad, hemos visto algo que siempre ha estado frente a nosotres pero que nos permitían ver, la opción a elegir; elegir si quieren ser madres o no, elegir qué carrera estudiar por aptitudes y no por fines monetarios, elegir si nos relacionamos desde la monogamia o la poligamia, en fin… Ya lo dijo Marx, “todo lo solido se desvanece en el aire”.
Tengo claro que esta generalización es un tanto maniquea y que hay un sinfín de matices, pero también es cierto que esto es un síntoma de lo que quizá sea un proceso histórico de larga duración, y que es probable que estemos sembrando apenas una pequeña semilla que tarde una o dos generaciones más en dar algún fruto. Quién sabe, mi esfera de cristal es mejor viendo el pasado que el futuro, pero mientras tanto, para no morir de desesperanza en un mundo que se esfuerza por arrebatárnosla, más nos vale recordar aquella frase de Birri popularizada por Galeano, sobre la utopía: Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, avanzo diez pasos, y el horizonte se corre diez pasos para allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Entonces, de cara a la nueva década, no nos queda más que caminar, que “los tiempos están cambiando”.
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