Soledad de la mano de la Pandemia

No cabe duda de que la pandemia, aquel miedo que se plantó en marzo del 2020 y que ha sacudido nuestros pensamientos hasta la actualidad, fue un golpe de consciencia frente a lo que antes nos tapábamos los ojos y nos hacía sentir pequeños frente a la marea de situaciones mundiales que nos negábamos a reconocer.

Fotografía: Antonio Rodríguez

Los meses han pasado rápido, hemos abierto las puertas de un nuevo año que florece desde los cimientos de una humanidad sacudida por miedo, desesperación y autoconocimiento. 2021 tiene pinta de esclarecer cosas que nos negábamos a notar, viene con cadenas que suenan en los hogares y con conocimientos que rasgan en las mentes y almas de aquellos resguardados.

La histeria, la confusión y la negación tocaron a la puerta de una comunidad que, con la mayor sinceridad, no estaba preparada. No sabíamos lo que vendría, comenzamos con una idea a corto plazo y con incógnitas que iban creciendo mientras los días en el calendario se acumulaban. Seguimos sin encontrar el momento en que las cosas cesen, en que podamos salir con pasos apresurados a nuestra antigua y anhelada realidad. Nuestra normalidad, en dónde los abrazos y los besos no sean prohibidos, en donde las aulas estén repletas de dudas que puedan ser contestadas frente a frente, trabajos que acaben pronto para visitar a la familia que ahora se protege. 

Así como los meses pasaron, la frustración creció. Lloramos a escondidas, hundidos en un manto de histeria, cuestionamos la vida y las volteretas que nos proporcionó, anhelamos un regreso que no tiene fecha de cumplimiento. Gritamos, observamos de lejos y callamos. Las emociones son normales, pero sentirlas tan crudas y crecientes fue un signo de que el encierro comenzaba a evocar estragos de todo tipo. Fueron tantas las horas frente a la ventana, tantas noticias que nos desesperanzaban y tantos recuerdos que quemaban, que tuvimos que observar dentro de uno mismo. Solo así nos pudimos comprender, fue la única manera en la que realmente nos presentamos con nosotros mismos e hicimos las paces, peleamos y nos reconciliamos todos los días.

Mencionar que los todos los estragos del encierro fueron en su totalidad negativos tiene una pizca de falsedad. Sin referirnos a la enfermedad que arrasó con nuestra tranquilidad, debemos mencionar que pasar tanto tiempo entre cuatro paredes nos obligó a hacer una introspección con resultados tan aterradores como maravillosos. ¿Cuántos de nosotros conocíamos la peor y mejor versión de cada uno? ¿Cuántos nos levantamos sintiéndonos al fin en nuestro propio hogar mental, en el que descubrimos la razón de nuestra anterior agonía y supimos valorar lo mejor de cada uno?

Nos obligamos a convivir internamente, a lidiar con las guerras mentales que nos atrofiaron durante tantos años, nos vimos en la responsabilidad de comprendernos para después analizar lo que estaba en el exterior. Esto sin mencionar que nos encontramos también en la necesidad de aprender a ser humanos con los más cercanos, a estar en un constante contacto con aquellos a los que, quizá, habíamos descuidado tanto. Comprendimos el dolor de las perdidas, el miedo a que le pasara lo peor a quienes más amábamos, muchos terminamos descubriendo un miedo irracional a sentir que alguien nos faltara, ya sea familia o amigos.

Quizá la pandemia logró sacar lo peor de cada uno, una forma atroz de responder con negación y un temor incontrolable. El pánico por salir de casa, a volvernos todos un poco hipocondriacos, a tener pavor del contacto físico y a la vez anhelarlo tanto. Así como esta enfermedad nos enseñó a valorar, a cuidarnos y prevenir resultados catastróficos, este encierro nos mostró la parte más pura y curativa de la soledad. No aquella a la que le tenemos fobia en la adultez, ni aquella por la que nos sentimos indefensos. La soledad viene vestida de tantas formas, colores y sensaciones que es tan imperceptible y curativa que no hemos aprendido a conocerla.

Esta nueva soledad nos permitió el encuentro mental, nos dio un ligero empujón a abrir los ojos y comprender que a pesar del caos exterior siempre debemos estar en paz con uno mismo para aprender a manejar las emociones tan peligrosas y las situaciones tan complicadas de la manera más sana y prudente posible. Esta soledad nos permitió conocernos, aprender de los demás, valorar la cercanía y a tener esperanza.

2021 es un año incierto, puede suceder que el final de una temporada de horror esté próximo, que las personas regresemos a nuestra normalidad y lleguemos a perdonar y olvidar. Puede que este año sea un reflejo del anterior. Lo que debemos tomar en cuenta es que este año viene cargado de experiencia, de nuevos recuerdos que serán difíciles de contar en un futuro, de nuevas historias que recordaremos cuando esta marea perversa termine. Este año debemos comenzar a soltar viejas ataduras, hacer las paces con uno mismo y con los demás, debemos ser más conscientes y esperar las nuevas situaciones de una manera preparada. Lidiar con esto por más tiempo no será sencillo, pero debemos mantener la brecha de la esperanza encendida. Esto no solo ha sido sufrimiento, sino un recorrido arduo de nuevas experiencias, historias y aprendizaje. Seamos conscientes, permitamos el autoconocimiento y comencemos a ir contra estas situaciones de la forma más clara y tranquila posible. 2021 cura, ayuda y protege, quizá más sorpresas no sean tan necesarias pero paz y armonía jamás vendrían mal de este nuevo comienzo.

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