
A finales del siglo XV, se conserva un texto medieval anónimo, conocido como la Danza general de la muerte, esta obra es parte de una tradición simbólica que involucra gran parte de la sociedad occidental de la edad media (Rico 98). El nacimiento de esta manifestación es discutido por varios historiadores, pero la mayoría concuerda en que su auge se vio impulsado tras los estragos de la peste negra de 1348.
La danza general de la muerte parte de tópicos con gran esplendor en la edad media, tales son el memento mori, recordando a la sociedad medieval la inminente muerte, que llegará como castigo a los pecadores, y salvación para los hombres de buena fe, quienes obtendrán el regalo de la vida eterna; y el ubi sunt? que surge como una voz poética que cuestiona el paradero de los que parten de la vida terrenal. Esta obra tiene como principal figuración poética y protagonista a la muerte, quien tiene voz y dialoga con una serie de personajes de todas las diversas clases sociales, comenzando con un clérigo, dos doncellas, un caballero, un santero, etc. condenando de igual manera a todos, con la invitación a su danza, la cual no podrán rechazar:
¿O piensas por ser mancebo valiente,
O niño de días, que ausente estaré,
Y hasta que llegues a viejo impotente
La mi venida me detardaré? (Danza. 5.17-20).
En estos versos la muerte cuestiona a sus oyentes y lectores, al mismo tiempo que ejerce el diálogo con los personajes que conforman la danza general, no importa si fueron grandes personajes históricos o si son inocentes niños, ella ha llegado sin esperar a que el tiempo envejezca sus cuerpos.
¿Por qué el hombre del medievo necesita la danza de la muerte? ¿Qué relevancia supone el hecho de que la muerte dialogue con sus víctimas por medio de versos, pinturas y canciones? El hombre necesita que la muerte tenga rostro, tenga voz, sonido, y en este caso, un esqueleto que lo invite a bailar; así sus cualidades humanas le otorgan el raciocinio, como puede apreciarse en los versos anteriormente citados, al ser la muerte pensante, tendrá que tener un juicio, esto la llevará a ejercer el equilibrio entre los hombres, sin distinción de clases sociales ni puestos, haciendo el destino final del hombre un acto de justicia: los malvados o paganos deberán temer su llegada porque serán condenados, y los de buena fe, podrán partir de forma benévola porque los espera la vida eterna, aquí puede notarse la totalidad del memento mori, pero realmente va más allá de las influencias artísticas de la época; recordemos que el desarrollo de estas manifestaciones se vio impulsado por la peste negra que asolaba la tierra y mataba a los hombres, durante este periodo la realidad era la muerte, no había cabida para pensamientos que no fueran el sobrevivir, Antoni Virgili en uno de sus artículos sobre la peste lo describe:
La peste tuvo un impacto pavoroso: era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos (Virgili)
Lo que abarca más allá del pensamiento cristiano de los medievales, es la fragilidad de su vida, ante este repentino riesgo el hombre se encuentra al límite de un abismo de creencias, el cielo y el infierno son latentes, la duda de la jerarquía social y eclesiástica que conforma su día a día es totalmente cuestionada, porque cuando el hombre se enfrenta a la muerte cara a cara, en este caso, manifestada en enfermedad, requiere aferrarse a una idea que haga más amable y menos grotesca su inminente partida, entonces, si la muerte es un elemento inamovible de la realidad, ¿Qué mejor manera de quitarle su halo sobrenatural y anónimo, que darle un rostro y una voz, para que represente la justicia?.
Es interesante como esta manifestación de justicia tenga como principal símbolo la muerte, Víctor Infantes en su libro génesis y desarrollo de un género medieval (siglos XIII-XVII) describe a las danzas de la muerte y su figuración poética como una “Radiografía social” y tiene total sentido cuando analizamos que este final es igual para todos, independientemente de quienes seamos, o a que nos dediquemos; tal vez parezca que hago mucho hincapié en este concepto, pero me interesa que sea latente para que pueda vislumbrarse con mayor facilidad el parecido de este símbolo justiciero con el actual siglo XXI, donde como humanidad nos enfrentamos a un riesgo casi de las mismas proporciones: la muerte, disfrazada de enfermedad, asolando las calles sin distinción de género, clase, o número, demostrando lo parecidos que somos, con fragilidad inherente a nuestra especie, no hay cuerpo por más fuerte que sea, que no tenga el más leve estrago de enfermedad; desgraciadamente los más vulnerables a este peligro son las clases bajas, debido a su forma de vida, la adaptación es diferente en cada circunstancia, como pasaba en la edad media con los soldados, campesinos y siervos, quienes eran los principales afectados. Las clases altas pueden gozar del privilegio de mayor protección y resguardo, pero no de total invulnerabilidad ante esta muerte que no le interesa el estrato social.
José Javier fuentes, en su artículo Una Sugestiva Visión de la danza de la muerte lo describe como “Ese juego dramático establecido entre la moral religiosa y la ácida crítica social”, este constante símbolo de la muerte como único ente justiciero es constantemente retomado en la literatura, un ejemplo clásico de ello es el cuento del maestro del terror, Edgar Allan Poe, la máscara de la muerte roja publicado por primera vez en 1842, donde el escenario es la peste que devora la ciudad, y el protagonista un rey que decide ignorar la muerte de su gente, encerrándose en su castillo con todas las comodidades imaginadas, la muerte aparece en el baile de las máscaras, disfrazada, y comienza a infectar a todos los invitados, llevando la muerte que parecía sólo existir en las calles, a los muros de lo que simboliza el privilegio y la corrupción de la clase alta. El mensaje continúa siendo el mismo, nadie escapa de su empuñadura, y la figuración poética también se mantiene: la muerte tiene voz, cuerpo, y cualidades humanas, ejerciendo la justicia entre los hombres.
¿Por qué sólo ante los periodos de inminente muerte la justicia se manifiesta, y esta sólo puede ser medida por la muerte?, me atrevo a decir que, la justicia es demasiado ambivalente para ser ejercida por los hombres, y sólo la muerte puede ser juez en una tierra de “pecadores”. Esta respuesta puede darse tanto en la edad media, como en los tiempos posteriores que datan hasta nuestra contemporaneidad, cambiando los conceptos de “pecado” y “justicia” para cada tiempo y circunstancia, ideología y sociedad.
Las características de la danza de la muerte medieval, tales como: “Presentar a la muerte como protagonista, estableciendo un diálogo con los vivos” (Haindl) complementando con la descripción de Philippe Ariés en el hombre ante la muerte “En contraste entre el ritmo de los muertos y la parálisis de los vivos” (ctd en La Danza 105). Son los intentos de un hombre que busca darle a su muerte, un final justo, un rostro que lo invite a una última danza, donde los esfuerzos de su vida y sus creencias podrán ser reivindicados y premiados; a la vez una dura crítica manifestada en literatura, donde se amenaza y satiriza a los malvados y corruptos, quienes compartirán la danza con todos los hombres, demostrando su igualdad final como seres mortales, humanos al fin de cuentas.
¿No es ahora lo que nos ha demostrado la pandemia actual? Una manifestación de la muerte como justiciera que, aunque dista mucho de los simbolismos medievales, sigue demostrándonos nuestra igualdad la muerte, los placeres cotidianos como algo efímero, y el memento mori constante. La literatura se encarga de resguardar estos pensamientos, manteniéndolos en constante ardor para que las conciencias puedan encender el fuego de la duda y reflexión, que son más significativas cuando establecemos un diálogo con nuestro pasado, con las danzas de la muerte, donde la justicia toma forma de la única protagonista capaz de devolver a los hombres su dignidad, y castigar a todo aquel que en vida quedó impune de sus pecados: la muerte. Aunque la duda de la existencia posterior sea cada día más cuestionable, sabemos que al menos los medievales necesitaban un último baile con lo inevitable, tomando de las manos a todos aquellos que en vida nunca pensaron serían iguales, recordándoles y recordándonos nuestra humanidad y sentido en esta tierra, como algo efímero que dota a nuestras acciones de la hermosura que posee lo perecedero.
Bibliografía
Anónimo. Danza General de la Muerte. Páginas personales Unam. Web. 6 Dic 2020.
Fuente del Pilar, José Javier. “Una Sugestiva Visión de la Danza de la Muerte”. Cuadernos del Ateneo. Dialnet. 2011: 114-115. Web. 6 Dic 2020.
Gonzáles Zymla, Herbert. “La Danza Macabra”. Revista Digital de Iconografía Medieval. 2014: 23-51. Web. 6 dic 2020.
Haindl Ugarte, Ana Luisa. “La Danza de la Muerte”. Revista Digital Historias del Orbis terrarum. Dialnet. 2009: 104-106. Web. 6 Dic 2020.
Haindl Ugarte, Ana Luisa. “La Muerte en la Edad Media”. Revista Digital Historias del Orbis Terrarum. Dialnet. 2009: 104-106. Web. 6 Dic 2020.
Infantes, Víctor. Las Danzas de la Muerte Génesis y Desarrollo de un Género Medieval (Siglos XIII Y XVIII). Salamanca España: Ediciones Universidad de Salamanca, 1997. Web. 6 Dic 2020.
Poe, Edgar Allan. “La Máscara de la Muerte Roja”. Historias Extraordinarias. Trad. Jaime Piñeiro. Barcelona: Editorial Bruguera, 1977. 129-135. Impreso.
Rico, Francisco. Mil años de Poesía Española. España: Editorial Planeta. 2001. Web. 6 Dic 2020.
Virgili, Antoni. “La Peste Negra la Epidemia más Mortífera”. National Geographic. Web. 6 Dic 2020.
Una reflexion sobre nuestra debilidad humana la cual no hace distinción.
Felicidades Ambar
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