
Lo Kafkiano se integró a nuestra lengua al mismo tiempo que el imaginario de Kafka cobraba sentido en nuestra contemporaneidad, lo que es innecesariamente absurdo, y sin embargo no abandona nuestra vida, al contrario, la dota del dolor; el vacío de esperar a que las horas pasen y que no haya nada que valga la pena recordar entre sus espacios.
Forzados a ciclos interminables de burocracia, esclavos de un ego que no da espacio para la otredad, el asco que provoca el rechazo, los sistemas de poder modernos, etc. Son sólo algunos de los temas y escenarios que pueblan la visión de mundo de uno de los más grandes escritores que ha pisado nuestro mundo, Franz Kafka; un hombre que tuvo que prescindir de su talento y pasión por miedo a su padre. Si pudiera dedicarle al menos unas palabras, una carta que sí fuera entregada, una carta de la humanidad sólo para él, para agradecerle la cobija que nos ha brindado sus letras, profecías que llegan como ecos inversos, cada vez más fuertes y cercanos a nuestro tiempo.
Cuando la autoridad se proclama vencedora por encima de nuestra libertad, cuando el miedo al rechazo por ser diferente es imperante en nuestro desarrollo, estamos estableciendo un diálogo con el mundo de lo kafkiano, nuestro mundo. Políticos, burócratas, jueces e inclusive la familia como ejemplos y verdades de los sistemas que destruyen paulatinamente nuestra humanidad, creando lentamente máquinas humanas esclavizadas por la corrupción, concepto inherente al hombre que descubre el poder de la dominación, y se piensa así mismo como el merecedor del dominio de los otros.
“Es fácil ser héroe de los que están acostumbrados a salvarse a sí mismos” es una de sus líneas en el cuento de Josefina la cantora, con que maestría se define la soledad de los hombres frente a un mundo maquinado por sistemas de poder, frente a un mundo caótico donde las elecciones del día a día no parecen hacer la diferencia. Kafka también escribe sobre su inmenso amor a los libros, a la palabra, a la manifestación del sentimiento y preocupaciones de los hombres en lo que nos gusta llamar literatura, los describe como un arma para romper un mar congelado que habita en nuestra profundidad, curiosamente él creó varias de las más grandes que no sólo nos rompen, nos dejan un reflejo perpetuo de nuestra naturaleza y vacío.
Kafka nos recuerda que el mundo lo creamos nosotros, no hay nada inexistente, sólo hay cosas que no se han deseado, el cambio está en nuestras decisiones y en lo que peleamos, a pesar de que los días parezcan ser sólo la búsqueda de momentos que sepan a libertad, la belleza puede recuperarse en los pequeños actos.