Para el humano moderno la libertad dentro de la sociedad es uno de los pilares claves para la construcción de su autonomía. La idea de la democracia es que con nuestra libertad de pensamiento y un poco de tiempo encontraremos y resolveremos uno a uno los problemas de nuestra sociedad, visto así, el camino dentro de una democracia es intuitivo, pero la verdad es que en la práctica es mucho más tedioso y complicado. No digo que la libertad esté mal, pero hay que reconocer que no es perfecta.

«Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». Sí suena muy chido, muy bonito; pero ya en serio: ¿Defenderías con tu vida el derecho de expresión de alguien cuyas palabras te dan asco? ¿Defenderías con tu vida la palabra de un homofóbico, un «pro-vida» o un racista? Estas personas atentan abiertamente contra las libertades propias y las de su prójimo, pero no son llamados criminales porque paradójicamente sería un crimen coartar su libertad de expresión. Es por esta paradoja que es legal que personas tiránicas lleguen al poder en una democracia.
Pregúntate: ¿Por qué hace cuatro años y todavía en las últimas elecciones millones de estadounidenses votaron por Donald Trump? Ese hombre, sus ideas y todo lo que representa son una mentada de madre para el sistema que permitió ponerlo en el poder, y sin embargo ahí está. Ese es solo uno de los varios ejemplos que existen de tiranos que llegan al poder mediante la democracia, un sistema en cuya belleza radica su propio veneno.
Si seguimos tomando por «opiniones válidas» las de estos hombres que atentan contra la libertad, llegará un día en que nuestra democracia terminará por asfixiarse con su propia bandera, y de ella no quedará nada.