Los movimientos sociales, una vez más, son en nuestros países ya una manifestación cultural, casi tradición. Siempre hay a quién reclamarle y distintos modos de hacerlo, pero a los ojos de muchos solo son un montón de gente haciendo desvaríos. Llegamos a un punto en el que ni siquiera el que tiene el oficio de escuchar lo hace y se mantiene al margen en sus actuaciones haciendo lo de todos los días de la misma forma porque de verdad se convenció de que las recurrentes tormentas sociales están fuera de lugar en el paraíso.
Ayúdame.

Ni la voz más desesperada que protesta significa desesperanza y desamparo, sino un desorientado que aparentemente no se ha enterado que todo marcha bien. Y esos que tienen el oficio de escuchar lo ven todo con unos ojos funcionales que dicen: pues mira, según el nuevo y más moderno desarrollo del mundo exterior, todos tienen lo que deberían tener y en la mejor forma que pude dárselos (Aunque sean infames excusas de bienestar)
Por eso no vale quejarse, ni gritar, porque teóricamente estamos hasta la garganta de instituciones, servicios y bienestares que marchan paralelamente con el bienestar exterior, pero que en nuestro mundo funcionan con huecos severamente holgados que no alcanzan a envolver a nadie