El sueño político de «la peste».

Fotografía por: Rolando Ramos.

Se declara el estado de cuarentena. Se declara el estado de peste, de enfermedad, de confinamiento. Cada persona debe permanecer en casa, resguardada, no hay motivo para salir más importante que el de conseguir alimento y agua, las escuelas deben permanecer cerradas, las áreas públicas ya no gozarán de visitas, no deben en absoluto tenerlas. Cualquier contacto con “el otro” se evitará a toda costa; los abrazos, los besos, las platicas azarosas por la calle serán ahora el peligro que ponga en riesgo nuestras vidas. Cada día el televisor nos mostrará a los políticos, médicos y secretarios de salud haciendo un recuento de las muertes, de los caídos, cada sol y cada luna es el único modo de saber realmente el paso del tiempo, los relojes parecen estáticos, sin movimiento, como la vida que llevábamos, por un riesgo de contagio, de característica inminente.

El hogar, (aquellos que tenemos la suerte o privilegio de poseerlo), es el lugar fijo donde toda la vida se suscitó, y se suscitará en los días donde los contagios y la enfermedad ronden por las calles, los movimientos se encuentran controlados por los cubrebocas: símbolo nuevo que nos ofrece la entrada a los lugares comunes, y la sensación de seguridad ante una nueva normalidad. Increíblemente, nuestro “nuevo mundo”, ya lo ha visto los ojos del tiempo en épocas pasadas, las pandemias, los virus, las pestes, es uno de los peligros a los que enfrentamos los hombres, seres altamente susceptibles a la muerte por patrones que escapan de nuestras manos, más allá de esperar el día en que la vejez termine de cortar el lazo que nos une a la vida, cada día y cada hora el azar puede encontrarnos desprovistos, y con la misma facilidad con la que se aplasta accidentalmente un insecto, nuestro cuerpo puede quedar a merced de los designios del infortunio.

 Foucault, en su libro sobre el nacimiento de las prisiones, “Vigilar y Castigar”, nos plantea una alegoría del estado de peste con un modelo de disciplina y control de los hombres; después de las primeras pestes, se instauró en el mundo la idea de control por medio del miedo y la vigilancia constante, la peste le dio al mundo no sólo uno de los episodios de muerte y tragedia más grandes, también un sistema político de control, que en altos niveles de corrupción (Como en los que desgraciadamente estamos inmersos), se excusa la injusticia bajo justificaciones de bien común.

 Alrededor del tema de la peste se ha desarrollado todo un tópico literario: la idea de un mundo enfermo que encuentra en los días oscuros los pequeños placeres que estando inmerso en su cotidianidad había olvidado, los amantes que a escondidas de todos logran un beso después de un largo tiempo sin verse, la muerte que logra acabar con las figuras corruptas que parecían inquebrantables, la idea de encontrar siempre la esperanza en los días oscuros. Pero no sólo la literatura encontró a una de sus más exóticas musas, los sistemas corruptos de gobierno encontraron también su sueño político ideal: normativas estrictas que se imponen sin que exista la posibilidad de manifestaciones, “La penetración del reglamento hasta en los más finos detalles de la existencia” (Foucault 230), la asignación de cada uno de nosotros a los lugares a los que al parecer, realmente pertenecemos, los enfermos al hospital, los muertos sin un funeral tradicional a la lista que aumenta todos los días, aquellos que se mantienen al día, cada vez más orillados a la desesperación, sin apoyo y expuestos peligrosamente al contagio.

La peste, como forma a la vez real e imaginaria del desorden, tiene como correlato médico y político la disciplina. […] Por detrás de los dispositivos disciplinarios se lee la obsesión de los contagios, de la peste, de las revueltas, de los crímenes, de la vagancia, de las deserciones, de los individuos que aparecen y desaparecen, viven y mueren en el desorden. (Foucault 230)

No estoy poniendo en duda el actual estado en que nos encontramos, ni desacreditando la existencia de la pandemia, me gustaría invitar a la reflexión del estado de peste para tomar una postura crítica a cada noticia, palabra y discurso que vemos todos los días en los medios de comunicación, nuestro contexto nos orilla a estar pendientes a cada momento de las decisiones que se toman por nuestro bien, ya que en ellas puede estar implícito un mandato que busca el control absoluto de la libertad del hombre, o la represión de sectores que sólo quieren mantenerse vivos ante un mundo que acaba de cambiar para siempre su normalidad.

Hoy nos enfrentamos a peligros que parecían dignos sólo de las distopias, enfrentarnos simultáneamente a la violencia, a una pandemia, y a un gobierno que no para de ser la burla de las redes. He imaginado a Orwell, Ursula K. Leguin, William Golding, etc. observando con pluma en mano los desastres que le deparan a una sociedad que aún no alcanza a vislumbrar los estragos de su presente, también a Azuelas, Rulfo, y Revueltas viendo un desfiladero de fantasmas que buscan entre la línea de los vivos su permanencia en un mundo que los ha privado duramente de su goce; y nosotros, lentamente aceptando la incertidumbre, mirando noticias estridentes que no dejan de sorprender a lo común.

El sueño político de la peste es una alegoría de un gobierno que toma el miedo y la tragedia de los hombres, para transformarlo en una dura empuñadura de control y represión social que se jacta de un bien común. Hay que tener cuidado de los sueños y los ideales de los sistemas disciplinarios que nos rodean, podemos despertar un día no muy lejano y vislumbrar sólo recuerdos de nuestra libertad.

Foucault, Michel. “El panoptismo”. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Trad. Aurelio Garzón del camino. México: Siglo XXI editores, 2009. 228-261. Impreso.

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