La historia es una de las ciencias más polémicas para la humanidad. Interpretar las cicatrices que dejaron en nuestro mundo los humanos de la antigüedad, y con base en ello imaginar el mundo que habitaban es sin duda complejo.

En este proceso es fácil que olvidemos un punto que es vital: aquellos humanos antiguos eran diferentes, pero profundamente iguales a nosotros. A menudo pensamos en ellos como seres de inferior inteligencia, y aunque en nosotros existe todo el conocimiento acumulado desde el principio de la historia hasta la época actual, en esencia somos iguales a hace 10.000 años.
Desde el principio de los tiempos nos hemos sentido atraídos a nuestros orígenes, para solventar esa necesidad construimos relatos que ayudaron a comprender quiénes somos y de dónde venimos. Miles de civilizaciones ahora extintas tenían su propio relato con el que justificaban su existencia. La historia vista desde nuestra perspectiva no es más que un relato, y como cualquier relato tiene sus interpretaciones.
Para ejemplificar esto les voy a contar uno de los episodios más importantes y menos mencionados de la vida de Alejandro Magno, un hombre que conquistó todo el mundo conocido, unificó Grecia, destruyó el Imperio Persa y cometió atrocidades repudiadas hasta la actualidad.
Esta historia sucede en Egipto. Alejandro desvió el curso de su ejército para visitar el templo dedicado a Zeus-Amón. Primero hay que entender que los griegos aceptaban dioses de otras culturas, Zeus-Amón es la combinación entre Zeus, un dios que ya todos conocemos, y Amón, que después pasaría a convertirse en Amón-Ra.
Alejandro entró al templo para hablar con dios, lo recibieron y lo dejaron entrar solo a la cámara en la que supuestamente podría tener contacto con la deidad y acá está lo interesante; porque para mí, un hombre del siglo XXI, Dios se murió hace un chingo; pero para Alejandro, un rey de Macedonia del siglo IV a.C, dios sí existía, y no solo eso, sino que además esperaba recibir su reconocimiento.
Imagínate entonces qué sucedió cuando Alejandro entró a aquella cámara y dios no le dijo nada. Solo estuvieron presentes Alejandro y posiblemente dios, por lo que no podemos saber con exactitud lo que pasó. Yo me imagino al rey macedonio en un momento de profunda desesperación, y como dios no le contestaba decidió él mismo convertirse en un semidiós. Quizá es por eso que cuando salió declaró que él era hijo de Zeus-Amón y estaba destinado a conquistar el mundo, y no se equivocaba, en nada.

Los griegos idealizaban la guerra como la describe Homero: con héroes, semidioses y dioses en el campo de batalla; por eso Alejandro no podía ser diferente, por eso su vida nos parece más un mito que una verdad. Este episodio nos enseña que construimos el porvenir a partir de los relatos a los que nos sometemos.
Los datos que nos dan los paleontólogos e historiadores no significan nada sin lo que imaginamos sobre ellos. Entender la historia como un relato nos ayuda a llegar a conclusiones más interesantes sobre lo que deberíamos hacer con nuestra sociedad. Miles de personas como tú y como yo han visto morir a su civilización en la antigüedad, sus ruinas yacen bajo de nuestros pies, esperando a que las encontremos y las interpretemos para que nuestros rascacielos no sean desenterrados algún día.
Pregúntate: ¿Cuáles son los relatos que le dan forma a la sociedad que habitas? Y así comprenderás su destino.