
En 1975 se reportó la desaparición de Jim Sullivan, músico con un mediano éxito entre los más conocedores del genero folk de la época. 6 años atrás del incidente, empezaba su carrera musical con un álbum de temática bastante peculiar: El titulo era U.F.O. y la obra estaba impregnada, en retrospectiva, de pistas de lo que pasaba por su mente en aquel entonces, indicios de sus obsesiones. Cuenta la leyenda que la última vez que fue visto conducía un coche “Vocho”, hospedándose en un hotel cerca del desierto de nuevo México, y desapareciendo en medio de este, dejando atrás el vehículo, que contenía cajas de su última publicación, ropa, una guitarra y dinero; además de su vida con su esposa y una carrera mediocre. Desde entonces no se ha sabido nada de él, a pesar de los intentos de su familia por encontrarlo.
Numerosas teorías han sido propuestas, desde la abducción hasta un homicidio. La realidad es que desde entonces su música generó un público modesto y su cuerpo jamás fue encontrado en ningún lado.
Curiosamente, de manera paralela, un año atrás de la desaparición de Sullivan, en 1974 Connie Converse, artista que se le considera pionera en el género canta-autor, huyo de su hogar en Nuevo Hampshire para no ser encontrada desde entonces, vista también por última vez conduciendo un Volkswagen Beetle.
Las desapariciones voluntarias han creado una especie de misticismo, un acto que muchos hemos considerado, pero la logística rara vez nos lleva a verlo más que una fantasía, como lo podemos observar en el libro que da título a esta publicación: How To Dissapear Completely And Never To Be found de Doug Richmond, que para Jake Goldman, escritor del portal Strange Finds, es “un libro cuestionable. El autor es un fetichista que romantiza la idea del hombre fuera de la ley (…) el que no respeta las reglas”, o en otras palabras, es un libro que en lugar de ser una guía o un compilado de reportajes, termina siendo una novela pobremente escrita.
Sin embargo lo que se propone es interesante, pues considerando el aspecto más humano, nos pone a cuestionarnos si nosotros mismos podríamos hacer una hazaña semejante, y que tanto nos tomaría llevarla a cabo. Pues no solo surge ese instinto de escapar en tiempos difíciles, o en situaciones en las que no vemos salidas, también apela a nuestro lado más asocial, un lado que solo en momentos de extrema agonía nos permitimos observar.
Supongamos entonces que cometemos el acto de desaparecer por un tiempo, desconectarnos de nuestra realidad, y de la personificación de nosotros en internet, ¿Se asemejaría a un suicidio virtual? ¿Es posible huir de aquellos cercanos a nosotros?
Tristemente en la realidad las desapariciones rara vez son voluntarias, y para las personas cercanas a quienes lo hacen, es una búsqueda que no tiene fin, una historia que no logra cerrarse, pues no se satisfacen los motivos, ni la conclusión.
Lo dice mejor Goldman:
“Quienes lo hacen están aterrados de la vida, y esperan que una nueva cambie eso. Quién sabe si lo logren, pero prefiero aceptar mis errores y apropiarme de ellos”