
Entre el acto fotográfico y las armas hay paralelismos inquietantes. Quizá no sirvan a los mismos fines pero obedecen a las mismas reglas, las reglas naturales al hombre que usa de estas herramientas y construye la historia de la humanidad a su paso.
Todo buen fotógrafo sabe lo peligroso que es disparar en ráfaga. Actualmente hay cámaras digitales que pueden tomar hasta 12 fotografías en un segundo, esto podría parecer genial, tecnológicamente lo es de hecho, pero tiene el inconveniente de ser demasiado bueno, porque cuando piensas que 1 de esas 12 fotografías saldrá bien le pierdes el miedo a fallar y tu disparo será menos consciente. No digo que no vaya a salir una buena foto de la ráfaga, ciertamente es un ejecución precisa al fin y al cabo, pero sí creo que definitivamente vas a ser menos duro contigo mismo al apuntar que si solo tuvieras una oportunidad.
Pero hablemos de lo que veníamos a hablar, las epopeyas escritas en los libros de historia, el arte de la guerra y la revolución, los grandes soñadores del romanticismo y las impecables estrategias militares de la antigüedad: Gaugamela, Cananea, la impenetrable falange macedonia ¡Qué magnífica es la guerra…!
O al menos eso podría parecer cuando tienes la nariz entre dos páginas y no hundida en el lodo de Normandía. A comparación con la fotografía en la guerra el disparo es vital, disparar o no disparar, una apuesta fugaz: todo o nada, ¿Al final de esto serás uno de los miles que murieron sirviendo a la voluntad de una entidad más grande que tú, o solo serás tú? y por supuesto, disparas.
Hay algo más, el inevitable dolor de quitarle la vida a un ser humano. Es fácil ser como aquellos señores de piel naranja y copete rubio que se sientan todo el día detrás de un escritorio a gritar mamadas y amenazar por Twitter a algún mandatario coreano con lanzar misiles a su lado del mundo, eso es fácil, difícil sería para ese señor ejecutar uno por uno a cada ser humano que antes amenazaba con sus misiles, desarmados, de rodillas, uno por uno.
La resistencia a disparar está ahí, cuando llevas un rollo de 36 exposiciones cada una cuenta, no vas a disparar en ráfaga, vas a apuntar y ejecutarlos uno por uno con precisión, y muchas veces, aunque estés seguro de lo que tienes enfrente te detienes antes de disparar, es una especie de ansiedad por el arrepentimiento, llámalo dolor si prefieres.
Ahora existen armas de destrucción masiva, armas que en cuestión de segundos a partir del impacto pueden terminar con el legado de 10.000 años de civilización en el rincón de la Tierra que se te antoje; y lo «mejor» de estas armas es que ni siquiera sientes miedo, mucho menos esa ansiedad por el arrepentimiento, ya no se trata de matar o morir, sino solo de matar.
Accionar un arma de esas, me imagino debe sentirse similar a lo que siente aquel fotógrafo principiante que dispara en ráfaga. La modernidad nos volvió a los fotógrafos ciegos y a los militares autómatas.