SOBRE LA PRODUCCIÓN DE IMÁGENES

Ilustración: Lorena Segundo

Adrián Carpio*

En un mundo cada vez más automatizado, la producción se ha vuelto un suceso que se desarrolla a pasos agigantados. Cuando hablamos de producción, inconscientemente hablamos de un proceso que tiene como fin la fabricación de tal o cual producto destinado a la satisfacción de cierta necesidad por parte de la sociedad de consumo, como lo podría ser el calzado, ropa, software o imágenes.

Cada vez es más frecuente escuchar hablar sobre la necesidad de un uso sustentable de los recursos para poder asegurar el suministro de los mismos a futuras generaciones, desde principios del siglo la preocupación general era el futuro de la producción y cómo esta podría desencadenar una crisis debido a la mala administración de los medios, pero dudo que siquiera el hombre hubiera podido llegar a vislumbrar lo grande que sería la producción hoy en día y cómo este exceso de producción se expandió a casi todos los ámbitos de la vida y por consiguiente, de la producción misma.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que las cosas se pusieran peor. Para la segunda mitad de la segunda década la producción se disparó, logrando lo que llamó, una homogeneización del sujeto contemporáneo, y con esto me refiero a que no existe sujeto alguno que no cuente con productos como un celular, televisión, internet o computadora.

La producción ha logrado que se amplíe lo que se pudiera considerar un artículo de primera necesidad, lo que antes era un producto considerado como lujo es hoy en día algo que define al hombre y lo inserta en una sociedad. Esto se logró gracias al abaratamiento en los procesos de producción, cada vez más y más empresas se dedicaron a desarrollar artículos como celulares y computadoras (esto sólo por mencionar algunos, si nos dedicamos a enunciar todos y cada uno de estos productos de nueva primera necesidad la lista sería interminable) con costos cada vez más baratos que permitieran a todos la oportunidad de acceder a ellos; los resultados fueron un aumento en la competitividad por parte de las empresas, una nueva guerra fría, esta vez por parte del sector privado.

Si bien, esta constante lucha por el último avance tecnológico ha permitido la proliferación y mejora en muchos aspectos de la vida también nos ha orillado a una situación donde existe un exceso de artefactos obsoletos, por ejemplo, los teléfonos celulares son obligados a actualizarse cada determinado tiempo, y todos aquellos que por cuestiones de compatibilidad no sean aptos son desechados, pero el verdadero problema es que estos aparatos cada vez se vuelven obsoletos de forma más rápida desencadenando un exceso de artefactos basura. Un problema de este constante desarrollo es que los sujetos contemporáneos pierden todo sentido de perdurabilidad, por ejemplo, no se espera la compra de un objeto que pueda durar más de diez años, son adquiridos para satisfacer necesidades momentáneas, y entonces el trabajo pierde toda su dignidad pues no existe en él un verdadero deseo de superación, es decir, se vive al día.

Estos problemas, propios de la modernidad, se extienden a casi todos y cada uno de los aspectos de la vida, y sobre todo se explicita en los elementos visuales. En la actualidad vivimos una democratización de las imágenes, la forma en cómo consumimos contenidos visuales como lo pueden ser imágenes o videos, logró alcanzar niveles alucinantes pues no podemos siquiera imaginar la cantidad de imágenes son vistas en un día, esto tiene sobre todo su máximo exponente en las ciudades donde ráfagas de imágenes son disparadas contra los transeúntes a cada momento, a cada paso que se da, pero esta sobre explotación de la imagen tiene también su lugar de proliferación favorito, los espacios virtuales como las redes sociales (Instagram, Facebook, etc.) o las páginas de contenido de video (YouTube, Netflix, etc.).

En la actualidad, vivimos una etapa conocida como web 2.0 que se caracteriza por ser una red autogestora donde las personas pasan de ser simples espectadores a ser productores de contenido, lo cual desemboca en un exceso de contenido visual; aplicaciones como lo son Instagram o más recientemente Tik Tok generan una cantidad asquerosa de contenido visual basura, donde literalmente todo puede y debe ser compartido, desencadenando una desensibilización al momento de ver alguna imagen. En una época y lugar donde todos tienen y pueden decir algo, nadie dice nada. Vivimos una época en la que la imagen es rápidamente desechada.

EL SABOTAJE AL ÍCONO

Mucho se le ha cuestionado a la modernidad y la postmodernidad la desaparición del ícono, como si los artistas se hubieran encargado de cometer un asesinato contra este, pero resulta curioso saber que la misma sociedad que juzga ha sido la que se ha encargado de su muerte, y peor aún, disfruta de forma sádica mientras la observa.

A inicios del 2010 tuve la oportunidad de descubrir una pequeña playa, en el estado de Oaxaca, abierta al público, pero que debido a su lejanía se encontraba casi intacta esto salvo por los pobladores locales que conocíamos de ella. Tiempo después, cinco años para ser exacto, regresé a aquel lugar, esta vez había algo diferente, una multitud de comerciantes y turistas que abarrotaban la playa e impedían ver más allá de las sombrillas, canastas y mangos con chile que vendían los locales.

Algo similar pasa con los íconos visuales presentes en el arte, gracias a los medios de reproducción masiva, y más recientemente con la web, hemos saboteado al ícono sumergiéndonos en su estructura y desmontando pieza por pieza. Lo que antes era considerado una pieza de arte hoy en día no es más que una simple imagen con la cual decorar unos tenis o alguna mochila.

Vivimos una hiper estetización de los objetos, cosas ridículamente estetizadas con iconos que no hacen más que crear una insensibilidad común, tal vez el ejemplo más próximo se encuentre en los recientes días cuando se declaró emergencia nacional en México por el COVID-19 que desencadenó el uso de cubrebocas con la ligera peculiaridad de que, al menos la mayoría, lleva estampada alguna imagen; las razones tal vez se encuentren en una aspiración de originalidad, pero lo realmente curioso es que la originalidad se encuentra en la ausencia de imagen.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Si bien uno de los grandes avances de la modernidad ha sido el reconocimiento del hombre como un sujeto moral, uno de los grandes errores lo es la dicotomía presente en el trabajo de este. El espíritu es un ser moral por naturaleza, que su desarrollo está siempre sujeto a la interpretación, pero la falta de una regularización en la interpretación moral del sí mismo conduce inevitablemente a un destino inexistente. Nadie sabe a dónde nos dirigimos ni qué buscamos, la aspiración de conocimiento se ha visto eclipsada por los principios de incertidumbre. Si bien los últimos y más grandes proyectos por llegar a unificar el pensamiento humano han fallado, no necesariamente nos conduce esto a la creencia en la ausencia de una unidad o singularidad, se estaría recurriendo a la falacia del hombre de paja; los problemas resultado son un profundo desinterés y rechazo a todo, vivimos en una época donde todo es explicado a través de una superfilosofía, un profundo miedo a la verdad, o mejor dicho a no conocerla, nos conduce a la creencia y aceptación de que no existe tal cosa, estamos viviendo una muerte del paradigma que nos produce un muy mal sabor de boca y nos encamina a la futura muerte de las revoluciones científicas.


* En NI QUE FUERA POLÍTICA recibimos aportes de colaboradores externos, no nos hacemos responsables por su opinión particular pero promovemos su libertad a expresarla. Más información en https://www.niquefuerapolitica.com/como-mandar-tu-aporte.

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