
Recientemente un hacker logró publicar desde el twitter de algunas de las personas más importantes de la actualidad, robando consigo unos cuantos millones de dólares a través de bitcoins y poniendo sobre la mesa, de nuevo en este año, evidencia irrefutable sobre la fragilidad del sistema. Una sola publicación en la cuenta de cualquier jefe de estado hubiera sido suficiente para poner en juego la propia seguridad de su país e incluso si nos pusiéramos extremistas, del mundo entero. Si me lo preguntas a mí, desperdiciaron una muy buena broma.
En fin, esto a mi parecer es una de las noticias más graves e importantes que he visto desde que el COVID salió de China y, sin embargo, el impacto mediático que tuvo fue ciertamente sofocado, al menos en Twitter México, cuando la publicación de una chica que mostraba como a sus 18 años había logrado adquirir su primer auto, destapó una coladera de opiniones y comentarios sobre los sentimientos encontrados que cada individuo tenía que externar al respecto.
No me mal entiendan, cada quién es libre de decir lo que quiera sobre lo que quiera. Bueno, libre siempre y cuando no diga algo racista, clasista, poco incluyente, insensible o sistemáticamente maligno en caso de que seas hombre. Los ojos del criterio han volteado a ver demasiado tiempo a problemas que si bien, son graves, poco se han analizado de manera correcta por todos sus partidarios y, por ende, poca menos importancia se le va a dar al panorama entero en el que se vive.
Dejando de un lado la jerarquización de las noticias, me llama mucho la atención cómo algo tan simple como publicar un logro personal en una cuenta que también es personal, puede causar tanto revuelo negativo en redes sociales con personas atacando de una u otra manera la procedencia moral con la que esta chica compartía su publicación, generalmente señalándola como privilegiada y, por ende, opresora y, por ende, mala. Me sorprende que no la hayan cancelado oficialmente.
El precio que hay que pagar por la libertad resulta sumamente agotador cuando el flujo de información va más rápido que la capacidad de analizar las cosas con criterio, y aquel punto de vista adoptado por los diferentes individuos que conforman un nicho de mercado no es más que el criterio manufacturado del mismo mercado al que pertenecen. Daniel Bernabé describe en su libro “La Trampa de la Diversidad” como ya no puede existir un proyecto emancipatorio desde la izquierda, pues la multiplicación de las opresiones, se cancelan mutuamente entre sí.
Nosotros como individuos terminamos siendo un reflejo del discurso político en el que mejor nos colocamos y señalamos las faltas, ya sean morales o sociales, que el otro individuo a mi lado comete. Convirtiéndonos así en los jueces y críticos de todo aquello que se nos ponga enfrente, un sistema de vigilancia gratis y constante, donde todos estamos siendo vigilados en todo momento de manera consciente, cediendo el poder, ni siquiera al Estado, sino a los intereses económicos de las marcas e influencers que más nos gustan.
Era más fácil la cosa cuando solo teníamos que luchar contra el invento del “Chupacabras” que ahora donde la desinformación y el séquito de rebaños, hace que a mis vecinos les cueste tanto trabajo creer en el Coronavirus, siendo que ellos son comerciantes y eso individualmente les pega a la hora de cerrar su negocio en la central.
El filósofo Jeremy Bentham ya en el siglo XVIII había diseñado el modelo de cárcel perfecto con el “Panóptico”, ahora nosotros tres siglos después, vivimos en él. Ya sea yo vegano u omnívoro, hombre o mujer, asalariado o empleador, rico o pobre, privilegiado u oprimido, siempre habrá un nicho de mercado que me considere el mal del mundo contemporáneo. Siempre será más fácil criticar a la chica que twittea que alarmarse por los hackers que pudieron acabar con el mundo.