
Las palabras aquí vertidas son una observación que no ha sido probada por nadie pero creo que todos damos por ciertas.
¿Qué buscamos de un gobierno?
Desde la antigua Roma, el gobierno interno, de cada una de las comunidades componentes del mismo, se encargaba de problemas de comunidad básicos como los servicios públicos indispensables y la seguridad. Eso era servir a los problemas que resultaban del simple hecho de vivir en comunidad.
Podemos asegurar que las personas necesitan acceso al agua, alimentos y tierra para producirlos, seguridad, saneamiento, etc. Cosas que se confiaron a la responsabilidad de los que entonces serían elegidos como autoridades internas de las respectivas comunidades.
A partir de este hecho la tarea de dirigir el gobierno por la senda de la satisfacción de las necesidades sociales se fue transformando tanto por influencias externas como la extensión del imperio y los dominios visigodos, cómo por las propias causas como el absolutismo del emperador para con el imperio.
Cosa que forjó desde entonces una nueva manera de ver al gobierno que cree saber qué hacer con el cuadro humano de las necesidades vitales.
Y en nuestra propia historia continental las cosas no fueron tan diferentes, si tomamos en cuenta que los mal llamados reinos precortesianos prestaban seguridad y bienestar a cambio de tributo volvemos a la idea de la etapa a la que llamo yo «del padre y el hijo».
Que consiste en pedir que los representantes nuestros se hagan cargo de las necesidades que nosotros mismos no podríamos resolver de la mejor manera porque resultaría caótico, entonces esas responsabilidades se delegan a estas personas.
Pero posicionándonos en un tiempo actual, las personas que se hacen cargo de esto han asumido una responsabilidad diferente a la expuesta anteriormente. Y ahora se encuentran bailando muy interesantemente con toda la cantidad de necesidades tan complejas que han transformado por completo la vida en sociedad y que, si bien, son igual de importantes que las primeras, se les pone demasiada atención en un tiempo que no debería corresponderles.
Y hablo de que la responsabilidad de ser gobernante se ha posado sobre una red de aspectos de la vida y la realidad social del país que pasa año tras año impoluta. De esta manera se heredan un montón de carácteres urbanos, cívicos y sociales que igual en su tiempo y en su inicio fueron unas opciones de organización brutales, incluso para su época.
Pero nadie se toma el tiempo de revisar su propio suelo y decir «pues mira, que al final no estábamos tan satisfechos en muchas cosas después de todo» y cambiar o transformar el rumbo de esa dirección gubernamental.
Pero, ¿qué tan malo es todo esto?
Resulta que es muy malo, porque sin la base más básica de necesidades sociales y cívicas cubierta de manera efectiva no podría haber, en teoría, un desarrollo de nuevas necesidades más complejas. Pero las hay a montones.
¿Tanta historia y tantas convulsiones sociales no nos pudieron dar poquita reflexión sobre nuestra vida como comunidad básica?
De esta manera la acción más básica de gobierno parece muy razonable porque implícitamente ya está resuelto todo lo que debe tener resuelto esa acción.
Ahora, en México esto se ve mucho y con demasiada frecuencia. Y se ignora con mucha efectividad y muy poca indulgència una lamentable herencia de generación en generación de muchas desgracias, deudas, miseria, inseguridad, desigualdad y un largo etcétera que todos cargamos como una pesada cruz que a nadie redime, pero a todos nos jode. Convirtiéndonos en una sociedad muy apañada y extrañamente asombrosa.
Pero en este panorama tan desesperanzador surge una figura de luz que se levanta como el sol en la mañana y que transmite una cálida luz de promesas y proclamas que le quita a la gente sus pesadas piedras y les regala 10 minutos de paz después de tantos años de pesados sufrimientos.
No quisiera malograr más de lo que ya está este tipo de institución en México, pero tenemos muy claro que este derecho político se ha concentrado en una élite que se erige como salvadora de las torturadas masas para levantarlas de su pedregoso polvo de pobreza y desesperación.
Entonces estas voces y sus desagradables emisores se convierten en una esperanza, absolutamente sin ningún ápice de coherencia, para todos los que hemos sentido la miseria tan juntito nuestro.
¿Cómo no le voy a creer al malparido que me garantiza las tortillas y los chiles?
No necesito un gobierno, necesito sostener mi vida.