
Todos aquellos privilegiados que pueden mantenerse en sus bunkers de ensimismamiento, anteriormente llamadas casas u hogares – según la relación con tu bunker – tendrán conmigo en común la constante frustración por el deseo a salir y volver a la normalidad, aunque también, junto conmigo ya por el largo tiempo que ha pasado, han de compartir la sensación intermitente de construcción de uno mismo. Pese a las malas rachas que te da la soledad y la información desalentadora que te lanzan las noticias, hay ciertos momentos donde la introspección resulta más real y menos efímera que lo que había sido ya en buen tiempo antes de este 2020, este artículo en particular, va sobre uno de esos viajes de introspección y preocupación alentadora que tuve.
La uniformidad que se sienten estos días, me impide recordar qué día exactamente fue aquel en el que, en fachas, volví a ver “Fight Club”, la película donde Brad Pitt y Edward Norton exponen la masculinidad frágil antes siquiera de que se hablara de ella. Después de verla, como me es costumbre, comencé a ver reseñas de IMDB y una en particular me sonó demasiado en la cabeza, en una línea afirmaba que “Fight Club describe el estado de la sociedad antes del 9/11” y si bien, la película tiene un subtexto bastante oscuro, amplio y para nada bien definido, es fácil darse cuenta de muchas inclinaciones y proposiciones filosóficas en las que se tilda y aún más sencillo es poder tomar esas representaciones descritas para contrastarlas con los aspectos que nos atañen actualmente.
En general, sería obsoleto tomar una película del siglo pasado y analizarla parte por parte en un artículo de opinión y no de análisis fílmico como es este, por lo que me gustaría recurrir a un símil entre una escena del filme y mi estado actual durante el confinamiento.
Tyler y el apéndice de Jack (Pitt y Norton respectivamente) irrumpen en una tienda de artículos varios con el fin de “asesinar” al encargado, a punta de pistola lo llevan a la parte trasera del establecimiento y a partir del miedo que le produce su posible muerte, Tyler le hace recordar que irónicamente, está vivo, que quiere ser veterinario y que hasta ahora, solo estaba desperdiciando su vida. La película tiene muchos diálogos y escenas excelentes, sin embargo, esos cinco minutos en específico me resonaba por lo cercano que se sentía el argumento, he estado sintiendo constantemente esa pistola que me apunta a fin de elegir correctamente antes de que dispare.
Estoy firmemente seguro de no ser el único metido en esto ya que viviendo en un sistema donde lo que se necesita para que funcione adecuadamente es que precisamente la producción no pare, cuando para, cuando la maquinaria humana deja de alimentar al monstruo corporativo y tu papel como engrane se ve en juego, es obvio que te sientas agobiado por el chasquido en el revolver al quitar el seguro. Ahora es hora de replantearse si sería mejor ser un veterinario, un vendedor de cerveza artesanal, si retirar lo que has invertido en Air B&B, ser un médico o si seguir adorándole al santito que mantenía tu negocio a flote.
La cuarentena puede ser para nosotros las instituciones bancarias cayendo por las bombas. Eres tú con un balazo en la mejilla, nadando en la mierda para sobrevivir. La cuarentena es nuestro 9/11 dándonos tragedia, pero con ella, la posibilidad de seguir cagandola o arreglar el cagadero de antes.