Sexo Covid: El deseo masificado

M.J. Watson *(Aporte de colaborador externo)

Fotografía: David Ramírez

El que parecía de lejos el periodo de abstinencia sexual forzada más duro de la historia humana (Sin tomar en cuenta el matrimonio de las monjas con el niño Jesús, que en lo personal promuevo mucho por su voto tácito contra la pedofilia. “Hombres aprendan”) se convirtió en la máquina de realización del ello [1] que ni el más afilado de los filmadores rusos proveedores de material para cinéfilos y hipsters por igual pudo prever.

Casados, juntados y otras denominaciones formadas por macho y hembra amotinados en fortines de interés social o en mansiones del abolengo familiar, fueron señalados como los únicos capaces de procurarse sesiones de sexo esenciales para la supervivencia lúdica de la especie, lo que dejaba a la horda de solteros que hemos olvidado la existencia de un solo Dios, parecido a Morgan Freeman o Santa Claus, en una situación de escases crítica de placer mundano.

Aunque la pornografía no se inventó ayer (Y muy seguramente algún artículo de Quora ya reveló que los babilonios la utilizaron por primera vez al poner un pictograma similar al “te la comes” actual en alguna tablilla de dudoso origen) es cierto que la aceptación y posterior monetización masiva de la misma se propagó mejor estos meses que en el pasado pre-apocalíptico.

Los sitios de interacción erótica en vivo, la prostitución a domicilio y el incesto (Es hora de que lo asimiles) tomaron el sitio de la interacción social que incluía entre sus formas entretenimiento variado, eventos culturales y citas etílicas. La industria del placer se piratea una famosa máxima (El placer absoluto, “sigue haciendo eso” absolutamente) mientras volvemos a las formas primitivas de supervivencia sin intención de aplacar la presión que ejerce la inmortalidad biológica.

¿Qué con todo esto?

Bueno, en ausencia del neomarxismo que me obligaría a analizar la opresión a las minorías o a las personas que no pueden acceder a estos servicios, me gustaría centrar mis esfuerzos en el pesimismo tan socorrido hoy en día, pero tan caído en uso a la hora de criticar el estilo de vida que predomina en la jungla de concreto.

No se trata solo del mal ancestral conocido como “entretenimiento”, se trata también de la falta de tolerancia alimentada por el individualismo imperante y la sociedad del autoempleo[2] que han orillado al ciudadano común a desestimar el verdadero valor de los vínculos familiares o a evadir las cuestiones existenciales básicas que se hacen presentes en tiempos de soledad.

El sexo está a punto de afirmarse como el vicio mayor, la solución a cualquier problema, la dependencia sacada de una pesadilla abstracta y la realización de un estado de mínimo esfuerzo al alcance de la mayoría como respuesta defensiva a la creciente complejidad del mundo.

Ya fuera a manera de onanismo o en pareja, las perversiones retratan una completa apología del poder; la necesidad infinita, la fuerza insaciable de obtenerlo todo y más. Aun tratándose de la naturaleza humana, se encuentra en el desenfreno un carácter que no pertenece a la esencia; la emulación al consumo.

Y es que no hay negativos con el sexo (Si leemos entre líneas, he dedicado mis palabras a atacar los motivos ocultos y no el acto en sí), la ciencia médica lo recomienda y en la práctica resulta desde “muy satisfactorio” hasta “poético”. La prensa (Especialista en todo aparentemente) ha esparcido la idea general de un porno benéfico que toma en cuenta a gente ocupada liberándose del estrés; no así a una masa creciente de individuos que lo utilizan frenéticamente.

La clave está en el ocio y el manejo que hacemos de él. La situación de claustro, con el añadido de los motivos trascendentales y psicológicos que ya he expuesto, son el agar nutritivo de la faceta como droga que siempre ha tenido la sexualidad, y que recién fue descubierta por miles de lisonjeros de nuevas experiencias.

La peor parte es que existen pocos recursos para combatirlo. Sistemas como el “NoFap” surgidos de la propia desesperación de cúmulos enteros de anónimos y apestados sociales luchan por tener visibilidad en una sociedad que se jacta de progresista y no ha hecho más que prohibir y censurar las inquietudes complejas y verdades dolosas a las que las personas se enfrentan en una época repleta de novedades (Recordando así su origen despreciablemente burgués y fascista que se disfraza con racismos y sexismos retorizados como causas sociales auténticas).

La falta de información y de tratamientos funcionales derivada del renovado y recargado tabú sexual, pondrá otro clavo en el féretro de la ya demacrada salud mental de las clases trabajadora y estudiantil. Dentro de poco, quedarse en casa será asociado con el arma sexual en contra de la frustración.

Si antes éramos objetos de placer, incluso para nosotros mismos, el futuro parece una distopía del Japón actual sin la disciplina ni el frenesí laboral (Que de por sí ya han creado un ecosistema capaz de superar cualquier capítulo de Black Mirror), un vórtice de dopamina destinado al completo desprecio del ser.

Sin planearlo, los dueños del mundo lograron su cometido. El dominio. El autosabotaje y la falta de unión y aspiraciones en su culmen. No le deseo a nadie sentir en el acto, que mientras más cerca estés, más lejos te encuentres; ni que tu cabeza se convierta en un enjambre de entusiasmo puro destinado a quedarse en la cama contra tu propia voluntad.

Jamás volveré a utilizar el modo incógnito.


[1] Sea tan amable de rastrear la referencia freudiana a través del documental “Manual de cine para pervertidos” del aclamado filósofo pop Slavoj Zizek

[2] Visite el canal Bully Magnets y su video “¿Por qué no puedes escapar del neoliberalismo?”


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