
En el mito, Prometeo fue un titán al que Zeus encomendó una importante tarea: Crear a los hombres. Del barro moldeó al hombre y a la mujer, dos creaciones a las que instantáneamente amó y protegió de Zeus, este último veía a los humanos como súbditos, criaturas sin inteligencia que deberían dedicarse a obedecer y alabar a los dioses, a cambio, él mandaría un poco de fuego con el que podrían calentarse y cocinar sus alimentos, pero nunca podrían poseerlo ni generarlo: El fuego no era solamente un elemento, simboliza la inteligencia, las artes y las ciencias de las cuales solo los dioses podían ser dueños.
Prometeo, famoso por su gran inteligencia y rebeldía, ideó un plan para beneficio de los hombres. Engañó a Zeus para que las ofrendas en su nombre fueran simples huesos y la carne de los animales fuera alimento para el hombre. Zeus, enojado por tal engaño, retiró el fuego de la tierra, dejándola en una eterna penumbra donde reinara el frio. Prometeo no pudo tolerar tal injusticia: los hombres sufrían y los dioses egoístas no pensaban contestar sus súplicas. A pesar de saber con antelación que las consecuencias para él serían devastadoras, su amor a los hombres y afán de rebelarse contra los dioses lo poseyó: se coló en la morada del Olimpo y robó una chispa de fuego que serviría como semilla para su creación perpetua y se la entregó a los hombres.
Los humanos, quienes habían permanecido en un estado primitivo de conciencia, fueron despertados: la inteligencia, las artes y ciencias florecieron en cada uno de ellos, dones que antes solo podían ser alcanzados por dioses ahora habitaban en su mortal mundo. Ahora podían generar el fuego sin ayuda de Zeus. La sociedad se formó y avanzó en arduo ritmo. Todo gracias a la insurrección de Prometeo.
Zeus, encolerizado con el titán no tardó en castigarlo: lo encadenó a una piedra de los dos brazos y mandó un ave que todos los días se comería su hígado, al ser inmortal, cada vez que sus entrañas eran arrancadas y devoradas volvían a regenerarse, su sufrimiento sería eterno.
«Ninguna causa vale el asesinato, ninguna utopía puede ponerse por encima del individuo, aunque sin duda hay causas por las que vale la pena morir por decisión propia»
– Albert Camus, El hombre rebelde.
En su ensayo «El hombre Rebelde» Camus explora facetas de las rebeliones y del hombre en un intento por comprender el mundo que explota en constantes manifestaciones y guerras, esta vez decidí concentrarme en uno de sus capítulos titulado: Los hijos de Caín. Camus habla en un principio de las primeras teogonías y le da un giro al mito de Prometeo, un mito que antaño de manera didáctica se interpretó como «no ir en contra de las figuras de poder porque puedes salir perdiendo como Prometeo». Hubo diversas interpretaciones más, Percy Shelley y Mary Shelley son un gran ejemplo de esto.
«[…] Los antiguos erigieron mucho antes que Satán, una dolorosa y noble imagen del rebelde y nos han dado el más grande mito de la inteligencia rebelde […]»
– Albert Camus
Prometeo cumple con todas las características del hombre rebelde del que hablaba Camus, en él nacía el rechazo categórico hacia una intrusión vista como intolerable, la rebelión nace no solo del oprimido, también de la contemplación de la opresión.
¿Por qué preocuparnos por aquellas teogonías esquilianas cuando nuestro mundo parece no tener tiempo para los mitos? Los mitos, la literatura, el arte en general, siempre en su mimesis constante del mundo, guarda verdades esenciales, esperando ser descubiertas en los días que la Tierra necesite de ellas, Prometeo, es un símbolo de la rebeldía, del hombre que lucha por un ideal que está dispuesto a defender, no le importan las consecuencias. Se manifiesta en él un dogma que los esclavos clamaban cuando luchaban por su libertad: Más vale morir, que vivir de rodillas.
La rebelión fractura el ser y lo ayuda a desbordarse. Ella libera oleadas que por estar estancadas, se vuelven furiosas
El 2020 ha desatado un vaivén caótico, ya no hace falta decir todo aquello que hemos presenciado no sólo en el país, sino en el mundo, la rebelión ha sido una constante, levantarse en contra de una autoridad que siembra miedo e injusticia, rendir cuentas de nuestros muertos en esta tierra corrupta. El hombre rebelde que porta el fuego de Prometeo camina entre nosotros, aquel hombre del que Camus desglosa y justifica su insurrección: El mal que experimenta un solo hombre se convierte en peste colectiva.
Seamos entonces el mito, seamos Prometeo. Aquel Titán que amó tanto a la humanidad que no le importó desobedecer a los dioses: Se rebeló y luchó contra la opresión de los hombres, contra todo mandato que pusiera en juego la dignidad humana.
Me rebelo, entonces, somos.