
Sentimos el hambre como lo más íntimo que tenemos, más que cualquier relación con un poder superior o con cualquier relación con cualquier persona, porque ella es el comienzo de la consciencia del hombre. Su conciencia de sentirse organismo y vida, rebasado por una expansión de los sentidos que se piensan obligados al mundo donde pertenecen, queriendo satisfacer su torbellino que al mismo tiempo es su conformación.
A través de la comida llegamos a esa satisfacción de nuestra carne animal y terrestre, pero el asunto no permanece estático en este sentido, sino que a lo largo de muchos cambios y evoluciones la comida se convirtió en un fenómeno social para el hombre. Y dentro de estas complejidades se le unió el símbolo que la hizo el significado de la propia realidad social del hombre o significante de lo humano y su vida entre los hombres. Entonces el hombre puede elevarse hasta su Dios, porque en todo lo que es signo -y la comida lo es-, tiene presencia lo divino.
Pero todo este desarrollo desde lo propiamente animal hasta lo más sofisticadamente humano margina a los que llamamos del tercer mundo. Porque, ¿quién va a detenerse a pensar en las inmensas posibilidades de la comida y la sociedad si el hambre le destempla los ánimos y se lo lleva hasta la chingada? ¿En donde va a caber una complejidad de símbolos si no se tiene alimento suficiente para nutrirse?
La batalla se dirige hacia el alcance de los elementos que sostienen la vida: la comida y el agua.
Nada nuevo, si consideramos que hay muchas voces que gritan por el problema tal vez más antiguo de la especie: el hambre. Pero tamañas proclamas se hacen cada vez más chiquitas y sordas.
No tengo que decir que el hambre no es necesariamente por falta de comida, sino por falta de acceso a ella. Y en un país con un territorio nacional de 198 millones de hectáreas de las cuales 145 millones se dedican a la actividad agropecuaria y con capacidad para alimentar a aproximadamente a 200 millones de personas, esto es una vergüenza.
El hambre es falta de acceso a los alimentos o a la tierra para producirlos, y ella misma es el mejor ejemplo que hay para darnos una revalorización del sistema y la dignidad de la vida en el mundo. Con ella vienen las buenas preguntas que van a reorganizarnos la vida a todos y también las buenas razones para quitarle el poder a unos cuantos.
¿Hacia dónde van nuestras preocupaciones?