
Durante esta cuarentena mi familia aprovechó para hacer una limpieza a fondo de la casa. Después de “escombrar” y deshacernos de la basura, decidimos, por mero ocio, también llevar a cabo un proceso de selección en donde tiraríamos artículos que a pesar de servir, para nosotros simplemente era un estorbo y no valía la pena conservar. Desde juguetes hasta libros de la SEP, la tarea parecía fácil al principio. Excepto para un artículo que, escondido a plena vista, ocupaba más espacio del que creíamos, y su utilidad aparente poco a poco empezó a desaparecer: Cientos y cientos de ejemplares de “Selecciones” (o Reader’s Digest).
¿Hay algún valor en conservar estas revistas? ¿Quién las seguía comprando? Resulta que llevamos más de 8 años suscritos a su servicio de entrega a domicilio. Año con año nos proveen de 12 números que nadie lee.
¿A quién va dirigido este producto? Dado que es mi padre quien se encarga de pagar la cuota de suscripción y es él quien recibe la revista cada mes, podría decirse que su público es gente adulta de clase media. Sin embargo, nunca he visto a mi padre leer, o a nadie de mi familia, a voluntad esa revista.
Como objeto cultural, la marca representa una revolución en los hogares. No podemos olvidar que fue una de los impulsoras para investigar el verdadero daño del cigarro con su artículo “Cancer by the Carton”, en donde por primera vez relacionaban el cáncer de pulmón con dicho producto (así es, agradezcamos a Reader’s Digest y un artículo publicado en los 50s el hecho de que el cigarro ahora sea un producto tabú y no un estandarte estético como lo era en aquellas épocas). Además, la revista permitía a la gente ociosa una especie de intelectualismo que ahora sabemos que era puro esnobismo. Una de mis tías, portaba orgullosa, como parte de su identidad, el hecho de estar suscrita en esta revista, y nos daba lecturas de artículos que leía.
Siendo un artículo fuertemente arraigado a la sociedad pasada, las revistas con ese formato pasaron a ser anticuadas. Las sucesoras perpetúan las mismas falencias, con un giro moderno. Como adolescente, cometí el error de mi tía y adapté ese tipo de actitud acerca de mis lecturas como parte de mi identidad, creyéndome parte de un selecto grupo de intelectuales.
El problema de estas revistas va más allá de ser un producto inútil, sin información relevante. Falla en informar en sucesos actuales, como los periódicos, y falla también en mantenerse vigente, pues su contenido se basa bastante en tendencias que dentro de un mes dejarán de ser relevantes. Un ejemplo encontrado en Algarabía (revista que yo leía), es un «Dossier» sobre “top 50 bandas más influyentes”, la cual venía con una advertencia al inicio: “Si dejamos fuera a tu banda, es porque creemos que no merecía estar aquí”. El problema con este principio es que, para ser una revista que se sitúa como parte de la contracultura, carece de la aptitud para desafiar el estatus quo, porque sabe que su audiencia sigue siendo bastante superficial, y, para ser lo bastante superficial, carece de la confianza de aceptar que no profundiza en absoluto. Presenta listas con temáticas interesantes, pero no logra ir más allá al justificar las elecciones, incluye artículos “atrevidos” pero se autocensura al limitarse a una que otra curiosidad. Pasa lo mismo con sus antecesoras y, probablemente, las que vengan después de ella.
Los temas no son necesariamente mediocres, sino que la forma en la que son presentados es de tan poca sustancia que te dejan insatisfecho. Te dicen tan poco que terminas por no entender nada y te dicen lo suficiente para que creas que no necesitas investigar más, sin mencionar que repiten los artículos una y otra vez, pero como se te olvida lo que leíste el mes pasado, las sigues comprando. Descubrí que poseo al menos 3 números distintos con título “especial de cine”, y dos “especiales de sexo”, disponiendo en mi colección poco más de 50 ejemplares. Ese formato repetitivo es constante en multitud de ejemplos.
De la misma forma en la que los podcast son una reinvención de la radio, así las revistas decidieron tomar un camino distinto en su ejecución. Quizá un arma de doble filo, pues los medios actuales nos permiten buscar cosas que realmente nos interesan, el problema es que de nuevo el mercado se satura de artículos hechos específicamente para desechar inmediatamente después de leerlos. La ventaja es que la mayoría de las veces no tenemos que pagar por ello.
Después de pensarlo bien, decidimos conservar las revistas por la mera nostalgia, y gracias a que los artículos no pasan de 2-4 hojas, podemos disfrutarlas cada vez que ocupemos el baño. Y entonces sabemos que su lugar es ahí, a lado del papel y el bote de basura.