
Cuando niña, leí que las mujeres maduramos más rápido que los hombres, en ese momento me sentí alagada; pensaba que era algo biológico y que eso nos hacía superiores, recuerdo presumir ese dato con varios compañeros y sentirme muy feliz de ser mujer.
Con el paso del tiempo eso fue cambiando, llego la menstruación que me impedía jugar como yo quería, llegaron los prejuicios y que no podía hacer cosas que quería porque no eran de «señorita» y poco a poco mi feminidad y el hecho de ser mujer me limitaba más y más en este mundo que está diseñado para hombres.
Después descubrí la realidad de mi dato interesante a cerca de la madurez de hombres y mujeres; esta madurez va más allá de lo biológico, psicológicamente las mujeres maduramos más rápido pero por el entorno hostil al que nos enfrentamos, tenemos que aprender a cuidarnos desde más pequeñas, los tratos son muy distintos y no es como que nosotras decidamos crecer así de rápido, nuestra realidad nos obliga a hacerlo ya que está es abismalmente distinta a la de un niño: nos arrebatan la infancia para hacernos crecer.
Es triste ver como hasta esos pequeños momentos donde nada nos preocupa y somos felices se nos arrebatan por vivir en la sociedad machista que vivimos.
Y esto es algo con lo que cargamos siempre, primero sucede en la infancia y luego en la adolescencia; que si nos tenemos que arreglar, que nos tenemos que ver siempre bonitas y presentables, que tenemos que ser perfectas para que se fijen en nosotras, como si eso fuera lo máximo a lo que aspiramos.
Aspiramos a más, somos más que una cara bonita y cuerpo perfecto y nuestras metas son mucho más grandes que vivir a lado de alguien y nuestra infancia es más valiosa que sus estereotipos que nos limitan.