Álbumes para escuchar en medio de la revolución

Ilustración: Daniel Méndez

Es 1939, la segunda guerra mundial se asoma sobre horizonte. El panorama no puede volverse más desolador. En la radio, uno de los pocos distractores, suena un himno a la melancolía: «We’ll meet Again» de Vera Lynn.

La música, como instrumento bélico, traía paz a una estructura social rota. La popularidad de los «Chansons» recaía en su lúgubre pero esperanzador mensaje. No es coincidencia que los estándares de la época casi siempre hablasen de un reencuentro, un regreso esperado, o una fidelidad hacia una muerte ya programada. Era necesario para conservar el modelo familiar y aun así permitirse disponer de tantos individuos como sea posible.

El poder de la música es inmenso. Parte del atractivo surge porque nos habla en otro lenguaje que no entendemos, pero podemos sentir. Un lenguaje al que podemos armonizar, en un nivel mayor al de las palabras. Como propaganda, es de los métodos más eficaces.

Así como la música trae confort para aquellos en desgracia, como en la segunda guerra mundial, la música ha servido de instrumento para exactamente lo opuesto: alborotar y trasgredir lo establecido. No hablamos de un tema inmerso en sí mismo, en donde hay cómplices de perpetuar el estatus quo en cuanto a su elitismo. Por ejemplo, cuando el rock pretendía derrocar al orden impuesto, e irónicamente se volvió el estándar para una generación que cometió el pecado de hacer exactamente lo mismo que a ellos les hicieron: desmeritar a sus sucesores.

No, esta música no habla específicamente de un cambio, más bien lo refleja. La mayoría de las veces sin darse cuenta.

Es justo lo que sucedió en nuestra primera historia: A inicios de los 70s un nuevo compositor atraía los intereses de una disquera discreta. Sixto Rodríguez tocaba en bares menores y fue en uno en donde fue descubierto y contratado. La razón por la que su nombre no nos suene para nada es porque fue un rotundo fracaso. Se le puede atribuir ese fracaso a su estilo hermético y nada novedoso (a primera vista) y porque los inicios de la década exigían un nivel de compromiso alto al avant-garde para poder hacerse un espacio en el interés colectivo. Un nuevo Dylan para la época en la que Dylan ya había pasado de moda, Rodríguez llegó y se fue sin hacer ruido. O al menos eso se pensaba.

Cuenta la leyenda que una pareja de turistas, por azares del destino, de contrabando metió una copia de Cold Fact (primer álbum del artista) al territorio de Sudáfrica. Se volvió instantáneamente un clásico, al nivel del Abbey Road. ¿Cómo un álbum tan grande como los Beatles no haya ni siquiera levantado un seguimiento de culto en este lado de occidente?

Puede atribuirse su éxito debido a que Cold fact no contó con la censura debido a su calidad de producto de contrabando, pero también ayudo que las letras le hablaba a un país en medio de una guerra racial. El disco en su origen cuenta con una inocencia social, pues no nació en un contexto de guerra, sin embargo las letras contaban otra historia. Es por eso que acá no paso de ser un álbum más que hablaba de fantasías, mientras que allá se volvió la voz de aquellos que no tenían una. El mito de Rodríguez se extendió tanto y fue tan grande su mitificación que ni siquiera sabían que el artista había producido otro álbum, y que en el proceso decidió dejar la música y dedicarse al oficio de albañil. Pero cuando se indago más a profundidad, debido a los curiosos que se preguntaban que le había pasado a ese héroe anónimo, la historia le acabo dando su lugar, y Sixto por fin descubrió la importancia que tuvo ante una nación que se nutrió de el por décadas, hasta el punto de que entrando el nuevo milenio, realizó una gira y agotó los boletos en cada una de sus presentaciones en ese lado del mundo.

En el proceso creativo, nada es al azar. Fue el caso de Charly García, nuestra segunda historia.

Ya con una carrera consolidada en su natal Argentina, decidió aventurarse en el mundo solista y cambiar de dirección su sonido a algo enteramente diferente. En el proceso, según dice en varias entrevistas, su objetivo nunca fue politizar su trabajo, pero en realidad cuesta creer que sea así.

Clics Modernos fue compuesto casi en su totalidad en territorio neoyorquino. Charly venia de grandes proyectos en conjunto con artistas bastantes virtuosos de Argentina, pero para este momento, harto de las pretensiones de su anterior trabajo, se regresó a lo básico, tomando un sonido minimalista pero rico en ingenio. Su música se había vuelto de discoteca, alcanzando a más público que sus álbumes de rock jamás pudieron hacer. Con letras bastantes cursis, como buen argentino, logro ocultar sus intenciones a plena vista: Su país sufría una de las peores censuras a causa de la reciente dictadura, y era la oportunidad perfecta de por fin hacer algo.

Los dinosaurios, sexta canción del LP, es un claro ejemplo de esto. Esta canción habla sobre los desaparecidos “en el aire”, clara referencia al abuso de autoridad de los encargados del sistema, y sin embargo Charly aun niega la relación de esta composición a la crisis de la época. Igual con el resto del disco, pero todos sabemos que no quería hacer enojar a nadie.

El último ejemplo es uno más cercano a nosotros. La banda de blues mexicana Real De Catorce lanzaba su segundo disco, Tiempos Obscuros. El título de la obra nos puede parecer sospechoso, pero es difícil definir su significado. Prácticamente podría describir cualquier época en la historia de México. Es cuando nos enteramos de su contexto, y nos adentramos a su contenido que todo empieza a tener sentido. El disco fue terminado en el año 1988, y como tal nos sirve de ventana a un México devastado y a la espera de lo peor. Y definitivamente acertó con esperar lo peor. Lo interesante es lo discreto que puede volverse este álbum, pues, como dije, fuera de contexto sigue sirviendo. Parece atemporal, y es porque lo es. Con cualquier narrativa funciona, y frases como “Salgo a morir sin miedo” o “Quiero creer que se puede andar ¡libre!… por las calles” pueden aplicar justo ahora, y definitivamente van a aplicar en un futuro, en un país como México que cuenta con el eslogan no-oficial “Metrópoli en eterna construcción”

Y esa es en parte la magia de estos álbumes, pues de alguna forma en su ignorancia lograron proyectar no solo un pensamiento, sino que también consiguieron volverse un himno al espíritu inconforme del ser humano. Ya sea con letras intrincadas y confusas, o de manera inconsciente, la música, como el descontento, le habla al espíritu humano a no quedarse callado y crear, o destruir.

Y como diría Claude Channes en su canción Mao Mao:

“La révolution n’est pas un dîner”

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