“La separación es el alfa y el omega del espectáculo”
(Debord)

Las redes sociales sufren de una aparente ventaja sobre los medios de comunicación tradicionales, su éxito se basa en un sesgo social. Mientras que esos medios arcaicos responden a un interés particular el cual define su producto, en el internet sucede el fenómeno de que el espectador es el que “dicta” los canales de los cuales va a ser informado. Cuando el avance tecnológico iba en aumento, se podía oír en aquellos rincones remotos un manifiesto de paz al encontrar una supuesta libertad de intereses, el poder ahora parecía haberse disipado de las grandes empresas. Sin embargo estamos lejos de la verdad.
Estos canales nuevos, estos espacios de “libertad”, no logran exterminar el interés que hay detrás de cada conjunto de información, al contrario, se vuelven un instrumento con el cual poder manejar de mejor manera el mercado.
Mientras la era moderna traía consigo el destierro de anticuados dogmas sociales, dos actores empezaban a definirse en un mundo prontamente individualista: El espectáculo y el espectador.
Aun siendo términos abstractos, podemos vagamente entender las funciones que estos dos personajes pudieron haber tenido en el mundo real. Por ejemplo, sabemos los medios, el lenguaje y el propósito que cada uno tenía. El espectáculo servía para entretener, cegar, vender, implantar un ideal en el espectador. Un periódico puede exponer un tema, y el lector consumirlo. El lector no podía interferir a lo que estaba expuesto, y el escritor no podía recibir crítica.
“El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación, (…) y la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de la separación generalizada.” (Debord)
Con la llegada del internet y el nacimiento de la interconectividad, los papeles adquirieron cualidades nuevas, y con ello nuevos problemas: el escenario es el mismo, y ahora el espectador puede convertirse en espectáculo, en una especie de fluidez amorfa que está en constante movimiento. Y lo temible de esta interacción es una síntesis trágica pero lógica: ahora no solo el espectador es espectáculo, sino que no admite diferencias, no admite que haya espectáculos distintos y señala a la audiencia contraria como falsa, a los detractores como impostores comprados por un villano invisible.
El escrutinio constante de una falsa ventana a la realidad (virtual) nos deja desolados en nuestro propio mundo: los filtros se presentan como hecho y el espejismo logra su cometido.
El espectador/espectáculo alardea de su alcance y veracidad mientras que se aísla de un mar de opiniones, encerrado en su burbuja blanca de hechos y realidades, libre de mentiras y de ideas desagradables. Y las redes observan todo esto desde una posición privilegiada. Le dan el derecho de expresarse, le dan derecho a todo mundo con tal de no salirse de ese círculo.
Aun cuando parezca que el consumidor se enfrenta a una verdad que la realidad real no le puede proporcionar, estos medios, llamados “algoritmos”, alimentan su más grande temor, ahogando en una especie de círculo vicioso que es imposible escapar.
«El alma humana es víctima tan inevitable del dolor, que padece el dolor de la sorpresa dolorosa incluso de aquello que debería esperar» (Pessoa)
No importa el aspecto positivo o negativo, si curan o enferman, el principal objetivo es enganchar y consumir al consumidor proveerle las herramientas para venderse, y volver el mismo el comprador. Para las empresas, es mera transacción en favor al negocio, para todos los demás, como Debord propone, una “entidad seudosagrada”, un “fetichismo religioso”.