
A la pandemia suscitada a finales del año pasado y principios de este, como no ha de sorprender a muchos, aún le falta tiempo para la próxima recuperación de todos los efectos colaterales que esta acarrea, dejando un sinfín de hincapiés en problemáticas del mundo moderno que urge resolver si queremos que un evento de tal magnitud no nos vuelva a dejar desprevenidos como humanidad. Es el caso de buscar satisfacer la demanda de equipo médico, programas económicos en caso de contingencia, un plan educativo capaz de evaluar de manera remota y homogénea desde el hogar del estudiante de una manera eficaz, la cultura de salubridad dentro del día a día y muchos otros temas que ya se han dejado en claro en artículos propios de Ni que fuera política o en otros portales de nacionalidad sin importancia, que buscan abarcar de manera individual la totalidad de los matices a «prestar atención».
En este artículo, pretendo señalar uno de todas estas problemáticas que resulta ser uno de los más evidentes pero del que poco se habla, quizá por su ambigüedad o delicadez al momento de tratar; el Edadismo.
El edadismo, perteneciente a esta corriente de “ismos” como “sexismo”, “especismo” o “racismo”, es la representación de las estructuras de discriminación y prejuicios (en este caso como se puede intuir por el término) a partir de la edad, afectando directamente a jóvenes, adultos y adultos mayores, pero con un mayor peso en estos últimos precisamente por la prejuiciosa vulnerabilidad que cargan, basándose en los estereotipos modernos que deshumanizan la vejez, por ejemplo, cuando se les deslinda de proyectos, o se le encasilla en cierta jubilación cuando en realidad toda vida queda truncada.
Me refiero expresamente a estereotipos modernos, en el pasado existía la figura del viejo como sabio y autoridad moral, mientras que en el presente, gracias a la inmensidad de información y accesibilidad a esta, la figura pasa a ser de infantilización frente a la vejez, tratándola con condescendencia, paternalismo o arrogancia que aunado al sistema económico capitalista actual, donde la competencia individual es determinante como valor de importancia para la sociedad, acrecenta el estereotipo maligno del adulto mayor y se les engloba de manera homogénea como incapaces, creando impedimentos para su integración social.
Si bien, es evidente que conforme al paso del tiempo y la vejez siendo lo que es, capacidades cognitivas y motoras comienzan a deteriorarse, implicando un reto para la persona en cuestión, muchos tratos resultan ser exagerados a partir de la repetición de dichos estereotipos o incluso de la apropiación por parte del mismo grupo agredido, quitando dignidad e incluso autoestima, segregando más y más a este sector poblacional tan grande, que no por ser diferente tiene menos derechos.
Precisamente el anti-edadismo busca integrar y propiciar ambientes e instalaciones que inviten a una convivencia no uniforme en cuanto a rangos de edad, para que el diálogo generacional suprima los estereotipos con los hechos.
Es aquí cuando la contingencia y el contexto actual se vuelve alarmante a el futuro de dichas campañas anti-edadistas, puesto que la repetición (no equívoca) de que frente al COVID-19 las personas de riesgo son en su mayoría las más grandes de edad, se peligra que haya un aumento de las prácticas discriminatorias, llevando incluso a la mal interpretación de comunicados oficiales donde se recalca que frente a la demanda de atención médica, se de preferencia a aquellas personas según su esperanza de vida, aunque realmente los protocolos de triage deben desarrollarse y basarse en la necesidad médica y la evidencia científica, además de segar bajo este problema la actitud del personal médico al tratarlos (o no), sumando un reto más que debemos superar en tiempos de post-pandemia, esto exigiendo que en reglamentos de construcción pública y privada, se tome en cuenta las posibles necesidades de estos grupos, se incite su representación, denunciando y evitando prácticas edadistas.