
«Tierra». Con mayúscula.
Han pasado 13,7 mil millones de años desde aquel primer empujón, desde aquel primer y único suspiro de Voluntad del que algunos llamamos Dios. El problema es que desde aquel día Dios desapareció. Cuando un Jesús adolorido miró al cielo y preguntó: «Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?» él no lo sabía, pero desde hacía mucho tiempo ya lo habían crucificado.
Dios desapareció y lo único que nos dejó fue un suspiro, la Voluntad, no su voluntad, sino la Voluntad, esa que desde entonces es la culpable de que las cosas sucedan, ella no tiene juicio ni razón, pero ha arrastrado los pasos de los hombres desde que sembraron la primera semilla y los seguirá arrastrando cuando decapiten al último de los banqueros.
El presente es la línea de fuego de la humanidad en su guerra contra la entropía, una guerra que luchamos desde antes de que siquiera inventáramos la palabra «guerra», y eso que seguro es una de las más viejas.
Temo señalarlo, pero vamos perdiendo. La humanidad se extinguirá y no hay absolutamente nada que podamos hacer al respecto, nuestros intentos por evitarlo son ridículos a gran escala, pataleamos como perros en medio de un mar inmenso que jamás podremos conquistar porque este mar que se sepa no tiene orillas, no importa si nadamos 100 metros, otra infinidad de metros nos espera y en el camino, nos seguirán golpeando las olas, y eventualmente, eventualmente nos hundiremos y nuestro legado quedará sepultado en el fondo de un mar infinitamente profundo.
Ni los hombres más brillantes, ni los jardines más esbeltos, ni siquiera los hombres más valientes significarán nada cuando debajo del mar, la obscuridad, la ausencia total, no nos deje ver ni la nada.
¡Qué patéticos aquellos que se creen reyes del mundo! Construyen torres altas porque creen que todo debajo de sus pies les pertenece, contratan voluntades porque tienen miedo de perderlo todo; y entiendo su temor, porque algún día la Voluntad que todo lo da pero también todo lo quita volverá a golpear sobre los hombres, y todos los papeles que algún día les dieron poder servirán para quemar sus jardines. Aquel día, desde la punta de la torre más alta, entre el fuego verde de los billetes, rogarán al cielo y muy tarde se darán cuenta de que igual que a Jesús, Dios hace mucho que los había desamparado.
Y es desalentador, porque si lo piensas así pareciera que cada maravilla que construimos solo sirve para destruirnos a nosotros mismos. «La historia está llena del sonido de zapatos de madera que suben y sandalias de seda que bajan» decía el buen Voltaire.
Pero no me mal interpreten, la humanidad es bellísima.
La Tierra. El pedazo de materia más complejo de todo el Universo conocido, un planeta como todos los demás pero que ha sido escenario de miles de guerras, amores, amistades y traiciones. No te pido que salves al mundo, porque no puedes, pero si ya vamos a verlo morir al menos hagámoslo con dignidad.
Vístamos a la humanidad con hermosos ropajes, con lágrimas en las perlas y poesía escrita con hilo de oro sobre sus prendas, tomémosla del brazo y caminemos con ella. Solo te pido que si vas a llorar no te desmorones, no podemos perder la compostura, y mucho menos hoy en el día de nuestra muerte.
«Tierra». Con mayúscula.