Hace unos días me enfermé y decidí faltar a clases. Ese mismo día me quedé sin Internet y en todo el día no salí de casa, no tenía más contacto con el mundo exterior que la vista que me daba la ventana, un cielo azul y la casa de mi vecino fue lo único que supe del mundo en todo el día. El mundo, que bello lugar para vivir pensaba yo.

Tengo la pésima costumbre de levantarme por las mañanas y leer las noticias mientras desayuno, y digo «pésima costumbre» porque lo es, es horrible, hay días en que todo parece perfecto, me despierta mi gato, abro la ventana, entra el sol y los pájaros cantan; pero entonces, saco del bolsillo mi pequeña «ventana del horror» y mi perfecta concepción del mundo se va a la verga en un segundo.

Hambre. Guerras. ¡Políticos de mierda! me nublan la vista y quedo ciego de todo lo bueno que puede haber visto en el resto del día. El cielo azul ya no es azul, si no rojo, los pájaros ya no cantan, si no que gritan y en específico: hay un pájaro azul, ese perro maldito no para de gritarme en todo el día, pareciera que ese hijo de perra tiene el único propósito de recordarme lo miserable que soy yo y de paso, lo miserable que es la tierra.

Entonces termino de desayunar y salgo de casa, pero ya no me miro a la señora amable que me dice «buenos días», ni al perrito que me mueve la cola cuando paso frente a la vulcanizadora, quedo completamente ciego y en lo único que puede pensar mi cabeza es en las todas terribles cosas que me van a pasar si decido seguir viviendo 30 años más en este indefenso planeta repleto de escorias humanas.

Pero no me mal interpreten.

Amo a la humanidad, es más, no solo la amo, sino que le tengo fe, le tengo una fe casi tan ciega como yo, porque yo creo que si queremos salvar al mundo debemos tenerle fe ¡Debemos confiar en nuestros hermanos y hermanas!

… pero es que al chile a veces sí se pasan de pendejos.