
Yo soy de esos que van todos los días al mismo café y ordenan lo mismo; normalmente llego, me siento una de las mesas de afuera y saludo a los viejitos que se sientan en la mesa de a lado. Si lo cuentas así podría parecer que todos mis días en el café son iguales, pero no es así, el café está en el pleno centro de la ciudad, y León es una ciudad con mucho movimiento, todos los días me toca ver algo diferente.
El otro día me tocó ver a un wey robarse un pan del café. No fue nada tan dramático, el vato sencillamente pasó entre la gente, estiró la mano hasta la mesa de los meseros y se chingó un pan de una charola. A mí particularmente me valió verga, a los viejito de la mesa de a un lado no tanto, le gritaron cosas como: «¡Rata!», «¡Ladrón!» «¡Deja eso!», supongo que en la cabeza de los viejitos el ladrón iba a soltar el pan e irse a llorar arrepentido a la cloaca a la que pertenece.
Hasta este punto de la historia quedo muy mal parado como ciudadano por no haber hecho nada ante un evidente robo, pero te pido que me des el lujo de defenderme.
Cuando el incidente pasó yo estaba con un amigo mío y nos pusimos a discutir. Él argumentaba que robar independientemente de la situación está mal porque es ilegal, y claro que es ilegal, robar siempre ha sido ilegal, pero la moral va mucho más allá de la legalidad. Estuvimos un rato más con ese estúpido dilema de lo que está bien y lo que está mal hasta que él se tuvo que ir.
Ahí estaba yo, embebido en mis propios pensamientos cuando al cabo de un rato me interrumpió un loco. Era uno de estos locos que llegan a contarte cosas, el tipo se veía en mal estado, no me pidió dinero, solo quería hablar, me contó que acababa de salir de la cárcel, y que lo habían encerrado siete días sin comer, «que por rata».
La breve visita del loco me llevo a comprender una cosa: el pedo no es si robar está bien o está mal, el pedo es que ni siquiera debería estar sucediendo en primer lugar.
No podemos confiar plenamente en la palabra del loco, pero vamos a suponer que dice la verdad: tú vas, te robas pan porque tienes HAMBRE y te dejan pinches siete días sin tragar, chinguen a su madre, eso, es patear a un cabrón en el piso. Si el verdadero propósito fuera evitar la delincuencia, al cabrón que se roba un pan no lo llevarían a la cárcel, lo llevarían a un pinche comedor.
Entonces me pregunto: ¿Realmente el delincuente es el culpable de delinquir? Supongamos que naces en un lugar pobre, tienes una historia familiar bien culera, no tienes acceso a la educación, te metes en las drogas y un día, por resolver alguna de aquellas necesidades que nos unen a todos como seres humanos decides asaltar a un cabrón ¿Realmente te podríamos considerar culpable? Y lo peor, es que en tu acta de detención, entre un chingo de términos burocráticos de esos que un burócrata tendría que consultar con otro burócrata para comprender, dirá que el motivo de tu detención es «asalto a mano armada», pero ni por asomo dirá que te detuvieron por «tener la desdicha de haber nacido miserable».
Es imposible decidir el lugar de nuestro nacimiento, podríamos decir entonces que nuestra condición es azarosa, haber nacido donde sí hay comida no te hace más chingón que él que nació donde no. Así que la próxima vez que veas a alguien robar un pan piensa en que si hubieras nacido en su lugar posiblemente no serías muy diferente a él.