
A finales del año pasado, un plátano fresco pegado con cinta duck tape causo alboroto a diestra y siniestra, sobre todo en exposición mediática y doméstica. Fue objeto de burla y crítica, por el elevado precio que rebasa mis caracteres, ‘Comedian’, se llama.
El valor dado a la obra recae en hombros de su valor en el mercado, al menos en este caso para bien, según como lo interpretes, pero dejando aún lado si la proeza de esta obra dio frutos o no, su simplicidad da para preguntarse en general sobre el valor que le damos a las obras de arte, cuando estas no caen en gracia del gusto o en el valor de lo bello, por ponerle un nombre, y es que la belleza y la complejidad no es el único valor para señalar al arte, a pesar de que la estética ha tratado esto con normalidad desde hace unos siglos, la vox populi sigue cayendo en estos tropiezos de valorar una obra con cosas del estilo.
El otro día con un grupo de edades dispares, vi Nosferatu de 1979 y una señora mayor de sesenta se tapaba constantemente los ojos, al finalizar comentó sobre la película que le parecía horrible, “una película muy fea” según recuerdo. La película, aunque aquella señora no lo crea, cumplió su cometido y se convirtió en una obra de arte, por más que le inquiete o no quiera volver a verla nunca. Esta pieza la ha cautivado terroríficamente.
Incluso todo esto es preguntarse si el cuerpo herido de Laoconte tallado en mármol es bello, o si Lady Macbeth tiene intenciones virtuosas, incluso qué tan hermosas son las pinturas de Goya, una obra no necesariamente responde al agrado inmediato de sus partes o a juicios morales, resulta ser el contexto del todo hasta la interpretación de la obra lo que genera aquella sensación desinteresada en los receptores.
Pienso que una obra de arte tiene que retarte, agradar a la razón y que por su luz propia de a la reflexión, en todo caso la belleza es gradual, no sagrada. Y el arte también puede transgredir en lo mortal y poco edificante del ser, dejando patente histórica de que nos gusta aquello a lo que tenemos miedo, trascendiendo aquella imperfección que cargamos, haciendo bien, lo que se puede hacer bien y mal.
Descifrar los códigos para valorar una obra de arte requiere de mera contemplación de lo que lo posee, por esto mismo no caer en prejuicios del arte en una obra de antaño es más fácil, gracias a la lejanía histórica que hay, ya que solo queda especular lo que representó en su momento. Ver el terror en los cuadros de Francis Bacon resulta más fácil de asimilar que aceptar La Fuente de Duchamp como obra artística. Cada arte tiene sus reglas mientras juega con ellas al mismo tiempo y a su vez, cada tiempo tiene sus artes, por lo que también incluyo a aquellas que tienen un nuevo lenguaje, afirmando que un videojuego podría ser considerado arte o los ya tan comentados memes, sin exponer un ejemplo específico.
Mi postura versa sobre aceptar distintos medios y distintos elementos para componer el arte, y no seguir supersticiones ciegas, sino abrazar la experiencia de enfrentarse cara a cara con las obras, sin hacer scroll tan rápido.