
La comida ya no es solo comida y en los últimos años se ha visto sin duda, una reconfiguración de las ideas acerca de ella misma, colocándola en un área importante de la vida social del hombre.
Los primeros datos que se reconocen son las composiciones alimentarias en Mesoamérica. Los mexicas y sus avances agrícolas (las chinampas) producían alimento en una óptima cantidad para asegurar a los habitantes de Tenochtitlán una alimentación abundante y variada.
La cuisine precolombina evolucionó para proporcionar un sustento confiable en un ambiente improbable y con incertidumbres. Y el ejemplo, tal vez, más importante de esto se encuentra en el alma de la gastronomía mesoamericana: la tortilla, símbolo de economía alimentaria.
Únicamente utilizando una olla de barro, un metate y un comal se creaba este delgado disco de harina de maíz, cocido en seco durante un minuto que servía de instrumento y cubierto para comer. Y aunque era duro de preparar, por las tortuosas y largas penitencias de rodillas moliendo en el metate, era seguro.
Pero, ¿la comida cómo ha participado en las clases sociales?
La respuesta comienza con la celebración de la gran vigilia uey tezoztli, el tercer día del mes de mayo. Donde se pedía por la benevolencia de Tlaloc y otros dioses para los tiernos brotes en los campos, que eran el sustento vital para el abastecimiento de la ciudad. Tal era la importancia de esta fiesta en la vida mesoamericana que cuando se colocaban las joyas, las flores, los aceites y los guisados en el templo del dios Tlaloc, 100 guerreros mexicas lo custodiaban hasta que la comida se pudría y el dios podía comer. Pero no terminaba el ritual en ese momento, porque hubo casos en los que los enemigos casi naturales de ellos, los tlaxcaltecas, asaltaban el templo de noche, cuando los soldados dormían, para robar la comida. Solía ser una trampa y los mexicas los emboscaban, matando a todos.
Entonces, los alimentos tenían una importancia vital en las sociedades precolombinas.
Los regalos de comida servían de base para las interrelaciones humanas en todos los niveles de la sociedad.
Las mujeres ponían gran parte de su autoestima en su habilidad en el metate y en el cuidado que ponían para alimentar a su marido y a sus hijos, los vecinos se obsequiaban guisos y tamales según disponían para los festivales cívicos y religiosos de la ciudad, lo cual servía para afianzar sus lazos comunitarios, los nobles regalaban un puño de tamales y una olla de atole a los pobres, que en procesión callada y ordenada los aceptaban. Esto como recordatorio de la hambruna del año I conejo.
Además, los festivales servían como campos de batalla social, al presenciar principalmente los intentos de la gente que aspiraba a las clases altas por dar los banquetes más suntuosos y llenos de lujo. Ocasión que aprovechaban para servir una delicada y sabrosa comida en abundancia, con finas tortillas y producidos tamales para demostrar su acceso a la vida lujosa y de élite, además de hacer regalos como plumas, telas, piedras preciosas. Y la aceptación/éxito del banquete definía su entrada a la “élite” mesoamericana o de lo contrario le producía vergüenza y rechazo social.
Y, claro, las batallas mexicas por defender los alimentos sagrados que anteriormente se hizo mención.
El cultivo y la preparación de alimentos definía en gran medida los espacios domésticos precolombinos. Los lugares de almacenamiento, desgranado y cocido del maíz influían importantemente en el establecimiento de las comunidades y su cultivo definía la construcción de sus ciudades.
Definía las filiaciones comunitarias y el rango social de una persona, como explicaba con el intercambio de guisos por las festividades.
Proporcionaba una forma fácil de reafirmar su identidad frente a otros pueblos, por ejemplo, el consumo de tortillas suaves y delicadas de los tenochcas, frente al uso de tortillas “viejas y duras” que consideraban los mexicas comían los indios chichimecas o huicholes, que consideraban inferiores por esa razón. etc.
Acercada una visión del papel de los alimentos en la clase social y un poco en la sociedad mesoamericana toca turno a su influencia en los prejuicios sociales.
En un contexto en el que los símbolos y los rituales alimentarios precolombinos servían para reforzar las divisiones de clase y étnicas, en tanto existían reglas culinarias para comer y cocinar, además de los intentos del Estado Mexica por legislar acerca de la accesibilidad plebeya a ciertos productos “de élite” por considerar que esos mismos productos eran su derecho exclusivo, existía un evidente recelo de las altas jerarquías por los usos y costumbres campesinas. Resultando todo esto en fuertes exclusiones que contribuían a una desigualdad profunda y en cierta medida el inicio de una desestabilidad social.
Esta división social produjo un desarrollo culinario muy interesante, propio de las clases bajas que al no tener un acceso completo a los tesoros exóticos del gran mercado de Tlatelolco usaron su propio recurso creativo e imaginativo con la masa de maíz tan versátil para crear lo que hoy conocemos como antojitos. Y en ciertas ocasiones esta comida campesina era compartida con las clases altas, que se deleitaban en los banquetes cívicos de la ciudad.
Una vez llegada la colonización al continente, las diferencias étnicas y de clase crecieron a tal grado de volverse raciales con los españoles. Tanto que en los primeros años de la exploración y la conquista del territorio americano la comida fue una de las primeras formas de división racial entre “ellos” y “nosotros.”
Finalmente llegamos a una visión extendida de la complejidad de los alimentos en la vida del hombre y de cómo a través de ellos se ha ido configurando nuestra historia hasta la realidad presente en la que vivimos.
La desigualdad no es una enfermedad como la gripa, que se quita con alguna medicina, sino que es el resultado de procesos tergiversados de la distribución de la riqueza y los intereses políticos e internacionales en este país. Espero esta difusión sirva para despertar criticas sociales de las políticas alimentarias y el poder detrás de nuestra alimentación.